Camino por la arena hostil que lastima la piel cuando vuela, que enceguece los ojos, una y otra vez. Ahi enfrente, una nueva duna, la que uno espera sea la última, pero el desierto es así. una continuidad que nunca acaba. Le doy mis manos al viento, se colman de minúsculas partículas de polvo, o de arena, ¿quién puede saberlo? Las sacudo y algo de transpiración hacen que una de ellas, quede en el centro de mi mano izquierda. Apreto fuerte para que no se caiga y la apoyo sobre mi corazón. Siento cómo su latir se pliega a mi mano y quizás llegue a conmover a ese pedazo de una de las dunas de este desierto. Mi desierto. Cierro los ojos, un poco por el incontenible viento y otro poco, buscando concentración. Escucho su voz. No siempre fue arena, antes fue piedra, y también roca. Rodó de una montaña, de la que con orgullo fue parte, cuando las aguas de un río que de ella nacía hicieron que siguiese su propio camino, llevando un mensaje, quizás, buscándome a mi. Pude escuchar su l...
En el último día de diciembre, esta zona de Buenos Aires, recibía una lluvia de papelitos, desde casi todas las ventanas de los edificios de oficinas. Era momento de limpiar archivos, cerrar proyectos que nunca se harían, y por sobre todas las cosas, hacerle saber a la ciudad toda, que otro año lleno de energías estaba a punto de iniciarse. Desde la plaza donde muere la avenida, cada vez que los semáforos se iluminaban de verde, los taxis y los colectivos (raro ver un auto particular un treinta y uno) hacían olas sobre ambas veredas, como si el canaval se hubiese adelantado y las fachadas de los edificios debieran cubrirse de papel picado. Habrán pasado treinta o cuarenta años, y los oficinistas más viejos, hoy ya jubilados, les cuentan a sus nietos de las cascadas de hojas oficio partidas en seis u ocho, y de las serpentinas que volaban desde lo alto, dejando atrás infinitos totales y sub totales que fueron armando los balances del año que se estaba yendo. Los días qu...