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Pretensión policial



Este cuento lo escribimos un día de cuarentena, junto con mis amigos Vox, Marlou, Tito y Manancancho, via whatsapp, de a un párrafo por vez, cada uno





Llegó a la medianoche muy borracho, como siempre. Le costó embocar la llave, como siempre también, pero finalmente lo logró. La pesada puerta de bronce chirrió de manera casi impúdica. Se dijo que alguna vez debería ponerle un poco de grasa a los goznes, como siempre. Subió la escalera un poco escorado, pero esos cuatro metros no eran para él ningún desafío, por más borracho que estuviera. Abrió la puerta de su departamento y entró. Al principio le costó enfocar la vista en lo que veía, pero fue cuestión de segundos: ante sí había un cadáver. – 


En la vida, no existe más herencia que las huellas de un hombre- recordó, y fijó su vista en la sombra que reflejaba la lámpara sobre la mujer caida. Destrozada. No quiso aventajar a los expertos, pero él era inmutable, aún con unos tragos de más. Desde niño se había adaptado a las calles del barrio. Tronador y Manzanares no le eran extrañas, y sabía que la venganza era el sino de la zona. Algo debe haber que le indique por dónde venía la mano, ante esa amiga tirada en su vivienda. 



Tanteó en sus bolsillos, los puchos, las llaves que acababa de guardar, monedas, y en el de atrás del pantalón estaba el teléfono, con una luz roja titilante que indicaba batería baja, o peligro, o queseyó - Hola…no me putees, venite para casa de raje..- no estoy en pedo!, escuchame un segundo…bueno, viste la turca, la que te conté los otros días… sí,  esa, bueno, la cagaron a balazos en mi departamento….Y no se!!!! Vení, y no le digas a nadie. 

- Comando Radioeléctrico, buenas noches! Deme su nombre y domicilio por favor y el motivo de su llamada.


Robles, recién ascendido, festeja su nuevo cargo lubricando su Glock. En Homicidios vas a poder demostrar todo lo que sabes, le dijeron. Ya le tocó colaborar, en épocas de licencias de personal, en casos menores: una riña con muerto, un apuñalado en la parada del 166 en Donato Alvarez y no mucho más. Lo de hoy es diferente, lo huele. Agarra su placa, el abrigo, las llaves del 408 oficial, y salió. La radio del móvil cantó la dirección exacta. La avenida Belgrano estaba casi desierta. Aceleró. 



Tocó timbre frente a una pesada puerta de bronce, que de todos modos se abrió de inmediato porque salían dos compañeros de Balística y dos de Científica. -¿Está el quía?, le preguntó al Gordo Peralta, de Balística. Como toda respuesta, el Gordo asintió y señaló hacia arriba. Robles subió una escalera y se enfrentó a un hombre de 40 años desaliñado, sucio y que olía a whisky barato. 

-Robles, de la policía. Disculpe que lo moleste. ¿Podemos hablar? 


-Estoy demasiado ebrio, pero mañana solamente recordare que debo pedir un aumento antes de que mi hígado quede para paté como el del Negro Medina, que así anda porque lo tienen de infiltrado entre los jipis hace más de 40 años... Sos nuevo... Si no ni te presentarías... 



-Dejate de boludeces ¿quién es la rubia? -Unnn trago de güissski para olvidarla... una rub... Sonó el cachetazo. Robles no estaba de humor a esa hora, y se jugaba el puesto. -Diiii...ana -balbuceó Ronaldo, con la mano del detective al cuello-... soltá... soltáaa... Diana, la manicurista de la peluquería, debajo del piso de Ronaldo. Apretado como estaba, contó todo el yeite, el borracho. Que no transaba, que se habían hecho amigos, pero no intimaron, porque en la remisería, donde trabajaba, lo habían amenazado. Argüello, el dueño del local lo tenía entre cejas, y más de uno, en el barrio, comentaba, sobre las ganas que le tenía a Diana. -Dale un café, para que se aspabile y llevátelo a la jaula hasta que se le pase -experimentó Robles sin mucha convicción en el mando. 



- Soy el doctor Padilla, necesito hablar con mi cliente Ronaldo Vera. Está detenido aquí – le entregó una tarjeta a quién estaba detrás del escritorio de recepción de la comisaría. Y se corrió a un costado mientras acomodaba el cuello de su camisa, más un tic que una molestia - Espere. Casi dos cigarrillos después el mismo policía que lo recibió, con un ademán lo invitó a pasar al primer calabozo – Solamente cinco minutos – Y la reja se cerró detrás suyo 

-Viniste, te pedí que no llamaras a la cana – Ronaldo sentado en un rincón, y sin mirar al abogado, continuó; - Yo no fui… – Y se largó a llorar. 
Padilla encendió otro cigarrillo, se agachó, algo le dijo al oído, y se quedó fumando, a la espera que lo vengan a buscar. Algo guardó en su bolsillo. 
- Doctor, acompáñeme, se terminó el tiempo. 


El Gordo Peralta buscó en su bolsillo el casquillo de la bala. Lo tomó entre dos dedos y lo acercó a su nariz. Polvora fresca. -te tengo de las bolas – Agarró el celular y llamó. -¿Peralta la encontraste? Decime cuanto te debo. - El ascenso que espero hace años. Tenés 2 días o largo el informe. 

El Ministro tragó saliva. -Dejame ver como lo hago. Esperá dos días. Cortó y se apoyó en el ventanal del departamento de Puerto Madero. Buscó en su celular el número que no quería usar nuevamente. 
-Hola, soy yo, ¿te acordas del Gordo Peralta? -¿el de Balística? Buen tipo. -encargate de él. Jaime no respondió. Cuando quiso hacerlo el Ministro había terminado la llamada.


La noticia sacudió a todo el Departamento de Policía: el Gordo Peralta se había suicidado colgándose de un soga en su pequeña casa de Domínico. Problemas con el alcohol, dijeron unos; nunca se sobrepuso a su separación, especularon otros. Robles pensó muy bien cómo seguir, y cuando se dicidió pidió hablar con el Comandante.

-Señor, pido permiso para registrar la casa de Peralta. El casquillo de la bala de la mujer asesinada el otro día en la casa de ese borracho, en Tronador y Manzanares, nunca apareció, y él hizo la inspección. Fue su último trabajo.
-Andá, pero mandame un informe para esta noche. Ese tipo algo esconde... investigame la remisería también. Mandá alguien a preguntar. Tengo que estar en todo, lo parió.
Subió al auto y fue directo a la casa del Gordo Peralta. Papeleo inútil, pensaba, dos muertes en dos días. El Gordo estaba más jugado a la bidurria que a irse por la canaleta.
Abrió la casa de Peralta y comenzó a revisar... ¿una cuerda?, ni en pedo tendría una cuerda el boludo este... desorden en el cuarto...  esto no fue suicidio, al gordo lo colgaron, y por lo visto no encontraron lo que buscaban. En la pared el pequeño cartel "la vida es un compromiso"... justo él que largó a su mujer en banda. Revisar y revisar. Dame una señal gordo, la puta madre.


Martínez se tomó la cabeza y buscó en el cajón de su escritorio los post it de colores y el fibrón. Se paró frente al pizarrón y pegó el primer papelito- mujer muerta-  y siguió

borracho (Ronaldo). 
Tiró el fibrón en el cesto de papeles y gritó:
-Mercedes alcánzame otro fibrón!
Mercedes entró temblando. Cuando Martínez se ponía así ya sabía lo que venía.
El siguiente post it fue para Robles y trazó una línea debajo del nombre y una flecha Belgrano – que tipo pelotudo!
Otro post it – Gordo Peralta y una flecha a Ministro.
Martínez retrocedió para ver de lejos el pizarrón con los papelitos.
Buscó en el cajón del escritorio los cigarrillos.
Volvió a tomarse la cabeza y devolvió los puchos al cajón.
-Mercedes! Venì para acá!
La secretaria entró con su cuaderno sujeto en el pecho. Sopló el mechón de pelo que le cubría la cara.
Martínez tuvo un poco de piedad y bajó el volumen:
-Escuchame, lo vas a llamar a ese pelotudo y le vas a decir bien clarito que este cuento es pura mierda y que no lo podemos publicar. Dale andà.
Mercedes suspiró y dio media vuelta.
Buscó en la agenda y llamó

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