Son las 23.15, y no es la mejor hora para esperar el colectivo a no muchos metros de la autopista, con este viento frío que pareciera predecir que esta jornada que empieza no será sencilla. En realidad la vida de un policía no lo es. Ya desde el momento en el que se elige ingresar en la Academia, se elije salir de una vida llena de incertidumbres para ingresar en un mundo dificil, hostil, pero en cierta medida, previsible.
Mario Molina sacó de su bolsillo derecho un cigarro. Con la misma mano lo encendió, y se quedó pitando, mientras veía cómo el humo del tabaco ardiente se confundía con la bruma fría que estaba a punto de ser una garúa. Quizás no tanto por la intensidad de la llovizna, sino por la similitud que podía percibirse entre esa noche y la descripta en aquel tango antológico. Auque a decir verdad, Miguel Molina nunca escuchó un tango, y si lo hizo, no se dió por enterado. Para él, las canciones no eran otra cosa que elementos necesarios para armar un programa de radio (o sea, Garúa lo conoce el que escribe esto, y alguno que otro que lee)
El 50 vendría vacío, o casi, siempre y cuando no cancelaran un horario como ultimamente vienen haciendo. Miguel por estos días se tomaba una copita de algo fuerte que solía haber en su casa, como para bancar el rigor de las noches de julio, ahí nomás de la Autopista Dellepiane. Con suerte no habría pasajeros, y pordría sentarse unos minutos hasta la parada de la otra avenida, y ahí, como dice la costumbre, un policía con uniforme y en horario de servicio, debe ir parado a un costado del chofer, siempre listo para entrar en acción, si fuese necesario. Una costumbre al pedo pero vaya uno a cambiarla.
Casi siempre en el viaje en el 50, pensaba en cómo podría hacerse para mejorar las relaciones que tenía su institución con la sociedad. El por qué había que hacer uso de las miserias de la gente para sacar provecho propio. Pero siempre terminaba recordando que lo suyo no era vocación sino necesidad, y que a esta altura del partido, si pateaba el tablero y buscaba otros rumbos, no iba a poder hacer otrra cosa que poner un quiosquito o manejar un remis en un auto alquilado, Eso estaba claro, y no era una alternativa para él. Un matrimonio complicado, con violencia explícita (hacia su persona) y dos hijos sobre los cuales no tenía injerencia en su formación, quizás por el rol que ejercía (mejor dicho que no ejercía) en el ámbito de la familia, o tal vez porque no los reconocía como tales; vaya a saber.
Pasadas las doce y cuarto, las puertas traseras del micro se abrieron y Miguel sin esperar que el mismo se detuviese, pegó el saltito y encaró a paso firme la cuadra y media hasta la comisaría.
Con gesto serio y paso firme pasó la puerta de blindex y fue recibiendo los saludos de los tres o cuatro que estaban despiertos esperándolo. Dos de guardia en el mostrador y atendiendo los teléfonos; el chofer de uno de los patrulleros de recorrida nocturna, y Masetti, el único que tenía por lo menos un gesto acorde a su uniforme, aunque más no sea que para justificar su jornal.
Abrió la puerta de su oficina, tiró el saco sobre el sillón, prendió la radio, y se sentó a ver los nuevos mails que podrían haber entrado desde el sábado. No más que una rutina, nunca recibió otra cosa que publicidades de la mutual, invitaciones a simposios que no le interesaban más que al que los organizaba y, en el mejor de los casos, algún pedido de asistencia de una ONG o un vecino que no tenía ganas de acercarse a la Comisaría.
- Molina, tenemos una intrusión en Antártida Argentina 1100 -
- Recién llego Aguirre -
- Yo le paso el informe. Tengo un móvil yendo y pide instrucciones -
- Es de madrugada. Esperemos por lo menos a la mañana y vemos - dijo Molina mientras sacaba el filtro de la cafetera para lavarlo en el baño
- El Comisario dijo que actuemos de inmediato -
- ¿ Y por qué carajo? -
- Solamente dijo eso. Lo que puedo decirle es que antes de irse le pasamos una llamada del Diputado Arrostegui -
- La puta madre! - Molina acercó la mesita de la radio y la puso en altavoz, mientras cargaba el café en el filtro de papel - Móvil 24. ¿Quién está a cargo?. Identifíquese y reporte situación -
- Cabo Iriarte. Avenida Antratida Argentina 1108. Itrusión de no menos de 20 individuos con menores. Hay rehenes, aparentemente -
- ¿Rehenes ahi? ¿De dónde sacó eso Iriarte? -
- Es la información que tenemos -
- No me haga ir al pedo Iriarte. Verifique y me llama -
La cafetera empezó a burbujear y el cautivante aroma a café era lo mejor que iba a pasar allí, por lo menos ese lunes. Apagó la luz del techo, y prendió en su teléfono el programa que hablaba de deportes, el mismo que escuchaba casi todas las noches. No le interesaba mucho pero lo sacaba un poco de la maraña de despelotes que tenía en su cabeza.
Se sirvió un tazón de café, encendió el segundo cigarro de la noche, y mientras los periodistas del Fuerte y al medio se trenzaban en irrelevantes discusiones tácticas sobre la performance del puntero del campeonato, su teléfono intercalaba varias notificaciones silenciadas, todas del mismo número 4322 36.. Mariel. ¿Quién sino podría mandar mensajes un lunes a la una y pico de la madrugada?
La radio sonó dos veces. Y:
- Molina. Seguimos frente al domicilio. No vemos movimiento, solamente hay luz en el interior. No tengo otra novedad. Espero instrucciones.
- Se quedan ahí. No entra ni sale nadie. Si no hay novedades, se vuelven a comunicar a las seis. ¿Entendido?
- Entendido Molina. Fuera.
El programa de deportes que hacía el horario de la madrugada terminó, o la señal de wifi se cayó, y Miguel tomó su teléfono. Tres llamadas perdidas y 14 mensajes ...
"Atendeme idiota"
"¿Quién te crees que sos?"
"No me digas que estás en un operativo, ya no te creo nada"
"¿Te pensás que con la miseria que nos dejás podemos vivir?"
"Vos no me conocés. No sabés la que te espera"
Mario tiró el teléfono por ahí, y se fue al mostrador de entrada.
- ¿Qué hacen ustedes dos!? Tienen que estar de guardia, no boludeando con el teléfono!. Los quiero a los dos en cueros! - Con el arma en la mano, Molina amenzazó a los dos agentes, que aterrados comenzaron a desvestirse hasta quedarse solamente con los calzoncillos.
- Los dos afuera. Se quedan ahí parados hasta que yo lo ordene - Haciéndoles señas con su arma, los obligó a salir al pequeño playón donde estacionaban los patrulleros. Cerró la puerta de blindex con dos vueltas de llave, y volvió a su oficina. Su teléfono vibraba y la luz se encendía de manera intermitente. Mario no atendió.
Se sirvió otra taza de café y encendió el tercer cigarro del día.
En la radio policial se escuchaban reportes intrascendentes, y cada tanto, cuando el viento soplaba en dirección a la comisaría, se podía oir el paso de los camiones, que seguramente se dirigirían al Mercado Central.
(continuará...)
Riqui de Ituzaingó
Uhhhh! Quiero seguir leyendo!
ResponderBorrarAh bueno, divino el policía
ResponderBorrarEl anónimo soy yo que se me chispoteo el dedo, esperamos ansiosos los lectores de esta página leer cómo sigue está historia... Ana Lidia Pagani
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