E l piso 29, uno de los últimos de la torre, tenía la particularidad que sus enormes ventanales dejaban ver los cuatro puntos cardinales. Llegado el anochecer, Jorge con una botella de agua mineral, iba recorriendo y levantando cada una de las cortinas que cubrían los vidrios, para sorprenderse, con la poesía que se le presentaba, todo a su alrededor, allá afuera. Luces tenues, las necesarias para darle un poco de color a los filos de los muebles, no hacían más que resaltar la acuarela exterior, la que un poco de viento, y la agonía del sol, pintarrajeaba ante sus ojos. Azul oscuro, con nubarrones que ennegrecían el cielo aún más, era la vista desde el dormitorio principal. Abajo estaba el río, aunque a primera mirada era solo una sospecha, ya que al observar, era mucha la negrura entre la avenida, llena de luces de autos y el cielo, camino a encapotarse por completo. Jorge se tiró un poco de agua sobre la cabeza, se secó con la camisa que recié...