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Mostrando las entradas de julio, 2022

Dardo "el Pescado" - 7. Los Ramones

Ramón Luna era el mayor de tres hermanos.  Ocupaba una casita baja en el fondo del terreno familiar en Villa Celina. Compraba y vendía autos y alguna que otra moto que ofertaba al costado de la autopista, y casi siempre se lo veía por las tardes con una de esas sillas plegables y una mesita.  Él y sus hermanos empezaron a hacerse conocidos hace un par de años en Los Sapitos, y rápidamente trascendieron ese barrio, hasta acercarse al mismísimo Once.  Y ultimamente se los vió varias veces merodeando la zona "fiscalizando" los campeonatos de penales que todos los sábados se hacían en las canchitas de los distintos barrios " Ramón, estate atento.  En cualquier momento vas a tener baile, y vos sabés que cuando hay baile, hay que bailar"  .  El mensaje entró al teléfono de Ramón, quien se levantó sus anteojos oscuros onda Lenny Kravitz para poder leerlo.  Una camioneta verde paró frente a los autos estacionados sobre el pasto, y el hombre se paró y saludó con un -  ¿Qué

El último partido

Esa mañana de agosto estaba bien fresca como corresponde a la época, pero el sol que ya superaba la línea de los techos de la Iglesia, iluminaba y le daba el calorcito tan necesario a la plaza del pueblo.  Un camión estaba estacionado sobre su lateral sur, el que daba hacia la ruta, y tres tipos de unos cuarenta años comenzaron a bajar los equipos para hacer algunas tomas de la película que estaba revolucionando a Beltrán; sin dudas el acontecimiento más importante en los últimos años. En La Capitana, el boliche por excelencia de la zona, mezcla de bar, cantina y más de una vez sitio de peñas, desayunaban en una mesa por el fondo, Don Agresti, el  director, su asistente, el Gestor Cultural de la Municipalidad, y por supuesto María del Sol y Paco Ferré, protagonistas del film y tapas de todas las revistas por entonces. -  ... y cómo fué que decidieron venir a filmar a Beltrán, un pueblo de no tan fácil acceso desde la Capital? -  dijo Martín el Gestor de la Municipalidad de Beltrán -  F

Al atardecer

Esos atardeceres tenían el encantador transito hacia la penumbra, sin que uno pudiese advertir, desde los sillones de hierro que hacían crepitar las piedritas donde se apoyaban, cuán extenso serían esos momentos.  Con los ojos clavados allá arriba, dónde esa montaña terracota se hacía cielo al compás de la caída del sol, el tiempo yo podía contarlo sin otra referencia que los vaivenes de mi piel, masomenos por dónde dicen que tenemos un corazón. Esa espera mágica, como los chicos que evitan mover el último caramelo en la boca para que dure un cachito mas, una de esas tardes de marzo pude ponerle una medida exacta: siete mil cuatrocientos latidos.  Y por supuesto que habiendo encontrado semejante información, me propuse ralentizar el incesante bombeo de mi sangre en pos de conseguir un atardecer casi infinito, en ese lugar soñado, mucho más cerca del sol y también mucho más lejos de la gente que todo lo empaña, como si hubiese cuestiones más importantes que empantanar la rutinaria caída