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El último partido

Esa mañana de agosto estaba bien fresca como corresponde a la época, pero el sol que ya superaba la línea de los techos de la Iglesia, iluminaba y le daba el calorcito tan necesario a la plaza del pueblo.  Un camión estaba estacionado sobre su lateral sur, el que daba hacia la ruta, y tres tipos de unos cuarenta años comenzaron a bajar los equipos para hacer algunas tomas de la película que estaba revolucionando a Beltrán; sin dudas el acontecimiento más importante en los últimos años.

En La Capitana, el boliche por excelencia de la zona, mezcla de bar, cantina y más de una vez sitio de peñas, desayunaban en una mesa por el fondo, Don Agresti, el  director, su asistente, el Gestor Cultural de la Municipalidad, y por supuesto María del Sol y Paco Ferré, protagonistas del film y tapas de todas las revistas por entonces.

-  ... y cómo fué que decidieron venir a filmar a Beltrán, un pueblo de no tan fácil acceso desde la Capital? -  dijo Martín el Gestor de la Municipalidad de Beltrán

-  Fue un pedido especial  de Paco -  el director respondió mientras terminaba su café con leche, ya casi frío con tanta charla en ese primer encuentro

-  Así es, Don Agresti está en lo cierto.  Mi padre siempre me contaba acerca de sus años viviendo en tierras Argentinas, de la pasión que tienen aquí por el fulbo y cierta vez me contó de su padrastro, un tal Lisandro -  Paco Ferré estrella del cine español de los últimos años era también muy afable y se lo notaba a gusto en el lugar que cada vez se iba llenando mas de curiosos y de aquellos que esperaban la oportunidad de pedir una foto autografiada.  No era el caso de María del Sol, a quién se la veía visiblemente molesta y forzada a hacer muecas de agrado para saludar a las señoras del lugar que jamás habían tenido en esa silla a la protagonista de miles de novelas de esas que colman las pantallas de la tele durante las tardes de la semana

- ¿Lisandro que apellido? -  preguntó Martín

-  No estoy seguro, creo que Gómez:  Mi padre lo quería mucho y fue una decepción grande para Él cuando Lisandro se marchó.  -

-  ¿A Beltrán? -  consultó Martín

-  Posiblemente, hay una historia detrás que creo que ni mi padre sabía. A Él le habían dicho que se había ido a buscar trabajo y nunca más lo vío ni supo más de Lisandro.  Hasta que recibió la carta .. -

-  A trabajar se ha dicho! -  Don Agresti se dirigió al mostrador donde estaba El Francés, Julio, el dueño del boliche donde hacía las veces de cajero y atendía los pedidos de bebidas y controlaba que todo estuviese bien tanto en el salón como en la  cocina.

-  ¿La carta? -  dijo Martín mientras se paraba junto al resto de la mesa

-  Mi padre recibió cuando estaba internado antes de morir, una carta sin firma, pidiendo perdón y diciendole que a la distancia alguien rezaba por su grave estado de salud -  Paco sacó de un bolsillo un sobre cuyos bordes tenían los colores de la bandera argentina y le señaló a Martín el matasellos -  Oficina de Beltrán -  Y salió junto a María del Sol y Agresti hacia la plaza para hacer las primeras pruebas de fotografía.


Del otro lado de la ruta y costeando el monte de álamos por un camino de tierra, se llegaba a lo de Doña Francisca.  En algo un poco mejor que una tapera vivió desde siempre, según la memoria de los más grandes.  Nunca bajaba al pueblo, se arreglaba con una bomba manual de agua, un par de gallinas y una quinta bastante descuidada.  A ella acudían los que tenían alguna dolencia, tanto física como del corazón.  Doña Francisca cada amanecer se internaba en el  monte y recogía yuyos y esas cosas que luego usaría para curar los males de quienes creían en su sapiencia.  Y también era una manera de proveerse de tabaco y ginebra sin tener que cruzar la ruta.

La camioneta de Martín paró cerca de lo de la casi centenaria Francisca, envuelta en una nube de tierra que hacía difícil ver a mas de dos o tres metros.  Golpeó las manos y de la parte de atrás de la casilla se escuchó una especie de grito, seguramente de bienvenida.  Martín sacó de una bolsa un paquete de tabaco negro y unos papeles de armar y se los entregó a la vieja que salió a su cruce

-  ¿Que querés?-

-  En el pueblo hay un español que anda queriendo saber algo de un tal Lisandro, que dice que hace muchos años podría haber venido acá.  Solamente usted puede saber algo -

-  Dejame de joder! -  Y la vieja se fue hacia la quinta mientras guardaba en un bolsillo el tabaco y maldecía a los peros que insistían en cruzarse delante de su paso


La plaza se había convertido en un set de filmación, aprovechando los claroscuros que la caída del sol le regalaba al director, que a través de la lente de la cámara veía como se desarrollaba la escena de la pareja de Javi y Elena, sentados en uno de los bancos de madera de la plaza de Beltrán

" Mañana será mi último partido en el Deportivo, y tal como te he prometido, dejaré mi carrera en el fulbo, y buscaré un trabajo lejos de este pueblo, donde podamos criar con tranquilidad al hijo que vendrá"

Agresti hace un primer plano sobre los rostros de la pareja a punto de besarse, pero detrás de ellos alguien se mete en escena

-  Corten!  ¿  Que hace esa vieja ahí? -  El director visiblemente enojado dejó la cámara y vió como Doña Francisca se dirigía a Paco

-  Yo maté a Lisandro! -   Con voz de anciano pero clara y sonora, se dirigió a Paco, que apretó más fuerte las manos de María del Sol, sentada a su lado

-  Yo me maté! - Sus ojos comenzaron a enrojecerse y ya con la voz quebrada siguió - Jamás tuve el valor de hacerle saber a tu padre la verdad, y con su muerte, murió dentro mío la posibilidad de su perdón -   Dirigió su mirada hacia la torre de la iglesia, se tomó el pecho y cayó sin vida detrás del banco de la plaza dónde estaban los famosísimos actores.


La mañana siguiente trajo nuevamente el mal tiempo, y de un camión municipal, tres empleados bajaron los restos de Doña Francisca y la enterraron a pocos metros de su casilla, ahí detrás del monte de álamos.  El chofer del camión mientras tanto quiso asomarse al interior de la casilla, pero uno de los perros que custodiaban la entrada no se lo permitió.  Solamente pudo ver algo a través de la única ventana que tenía, la que estaba tapada con un trapo que hacía las  veces de cortina.  Ahí atrás, un catre con dos perros arriba, y sobre la pared, pegada con cinta, una tapa de una revista HOLA con una pareja de famosísimos actores vestidos de gala saludando a la cámara del reportero


Riqui de Ituzaingó




Comentarios

  1. Muy interesante la historia pero para entenderla mejor mañana la leo de vuelta.
    Ana Lidia Pagani.

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