El tren se detuvo antes de llegar a la barrera de la estación, a menos de doscientos metros de ella. Asomándo la cabeza por la puerta que estaba trabada y medio abierta, se podía ver claramente la luz roja allá arriba, que señalaba que, llegar a nuestro destino estaba un tanto demorado. El sol se colaba por las ventanillas y aunque estuviésemos en octubre, no sería muy agradable continuar el viaje sin que encienda el maquinista el aire acondicionado. En el Sarmiento, pareciera que hubiese una fecha anotada en vaya a saber uno en qué pizarra, para encenderlo, y justo abajo de ella, la fecha en la que debía bajarse la tecla, dando por iniciada la temporada invernal. Acá no sé. Esta línea es la primera vez que la tomo. Mejor dicho no. Hace treinta y cinco años veníamos a la quinta de Longchamps, tantas veces como fuera posible. Y no sólo en verano; es que si bien la pileta y el parque hacían de este lugar un verdadero paraíso, durante el rest...