Es imposible escuchar estas canciones y no pegarme un viaje montado en el bondi de los recuerdos. En este caso me voy directo a la pieza que daba a la calle Mburucuyá y que compartía con mi tío Héctor. Cada tardecita me sentaba sobre la cama con colcha en dos o tres tonos de azul y encendía ese tocadiscos portátil tipo valijita que mi vieja me había regalado cuando Ana se casó y se llevó el Winco, dejándome rengo y con dos o tres discos recién adquiridos. Comprar un lp para mi era una ceremonia, que se daba si para mi cumple ligaba algunos mangos o si las notas del cole me daban fuerza como para pedir que me habiliten el efectivo necesario para elegir un tesoro de vinilo. Es por eso que parte de mi música se guardaba en casettes que me grababan los pibes aunque no tuviese dónde reproducirlos en mi casa, pero eso no importaba, estaban conmigo y cuando menos lo esperaba de cualquier lugar aparecía un radiograbador y yo sacaba pecho y daba cátedra de rockanroll. Una parte...