Es imposible escuchar estas canciones y no pegarme un viaje montado en el bondi de los recuerdos. En este caso me voy directo a la pieza que daba a la calle Mburucuyá y que compartía con mi tío Héctor. Cada tardecita me sentaba sobre la cama con colcha en dos o tres tonos de azul y encendía ese tocadiscos portátil tipo valijita que mi vieja me había regalado cuando Ana se casó y se llevó el Winco, dejándome rengo y con dos o tres discos recién adquiridos.
Comprar un lp para mi era una ceremonia, que se daba si para mi cumple ligaba algunos mangos o si las notas del cole me daban fuerza como para pedir que me habiliten el efectivo necesario para elegir un tesoro de vinilo.
Es por eso que parte de mi música se guardaba en casettes que me grababan los pibes aunque no tuviese dónde reproducirlos en mi casa, pero eso no importaba, estaban conmigo y cuando menos lo esperaba de cualquier lugar aparecía un radiograbador y yo sacaba pecho y daba cátedra de rockanroll. Una parte estaba en esas cajitas plásticas maravillosas, pero lo más importante estaba almacenado en mi memoria. Y si bien nunca recordé mucho los nombres de las canciones o los datos técnicos de las grabaciones, tomé especial atención en trabajar para que el recuerdo de cada canción fuese completo. Para este trabajo mi tocadiscos portátil era fundamental. Yo pedía discos prestados, generalmente a los hermanos más grandes de mis amigos, y los tenía todo el tiempo que se pudiese, aunque en ningún caso más de cuatro o cinco días. Eso si, jamás me prestaron un disco de los Beatles o El Lado Oscuro de la luna, siempre eran discos de mitad de tabla o sino esos que estaban hechos mierda, pero que aún seguían girando. Esto no importaba, para mi eran gemas únicas y cada nochecita los pasaba una y otra vez hasta memorizar los temas que me gustaban, las letras, los riffs, y si se me daba, algún acorde o nota que hacía sonar en mi guitarra pisando la canción y esperando el bendito "suena igual".
Se ve que soy de guardar bien las cosas porque cuando busco en mi catálogo van saliendo prolijitamente todas esas melodías que acompañaron mis años teen, recordando cuarenta años después letras sin titubear, como Soldier of fortune o Stairway to heaven, entre otro grandes éxitos.
¿A que viene todo esto? Ehhh, en realidad mi amigo Jorge G. musicalizó mis mates de la tarde con Burn, un Himno de pelo largo y Particulares 30 que afortunadamente me sustrajo del letargo de la Copa América para repasar compases que latieron y lo siguen haciendo en mi corazón desde hace más de cuatro décadas.
Si bien esta versión es del siglo XXI y no ejecutada por sus creadores, mantiene el espíritu y la mística de los enormes Deep Purple. Así que demás está decir qeu pongan el volumen al mango y dejense llevar por la magia de las corcheas, fusas y redondas, con olor a Patchuli
Riqui de Ituzaingó
Que lindo recuerdo con nostalgia incluida... La música del vídeo parece la música que hace mi hijo... TIPO PUNK!!!
ResponderBorrarAna Lidia Pagani.