Cualquiera que viese la imagen desde una cierta distancia no dudaría en afirmar que se trataba de una producción especial para una foto o para celebrar un evento patrio. Un cielo terriblemente celeste descansaba sobre un manto blanco formado por decenas de guardapolvos que el sol de este mediodía les daba un matiz especial, similar al nácar. Eso parecía, es cierto, pero en realidad no era otra cosa que la ceremonia de izar la bandera como cada día se hacía. Doce y cincuenta todos se apresuraban a entrar. Las mamás o los hermanos más grandes despedían con un beso y se quedaban en la puerta hasta que sonara la campana que llamaba a formar fila. Los micros en la puerta con el motor encendido aportaban personajes en medio de un bullicio general, mezcla de entusiasmo y de inocencia. Y a un par de cuadras, allá por donde paran los colectivos de línea, siempre venía corriendo uno que llegaba tarde de la mano de alguien que llevaba el portafolios, el delantal sin poner del susodicho y mucha cara de desesperación, no vaya a ser cosa que la portera les cerrara la puerta delante de sus narices.
El portón de dos hojas de color verde oscuro daba paso a un enorme patio techado, de piso de cemento que dos veces por día se limpiaba con esos gigantes escobillones embebidos en querosene, que casi que le sacaban brillo a la opacidad del material. Y los días como hoy, espléndidos al sol, había que cruzar rápido todo ese lugar para llegar al patio trasero, con piso de tierra, a veces cancha de fóbal, a veces escenario de varias manchas venenosas, pero ese mediodía todos formarían fila para la hermosa ceremonia del izado de la Bandera Argentina.
Cuando los portones de entrada de la Escuela estaban abiertos de par en par, podía verse allá atrás la base de ladrillos que sostenía el mástil plateado, aún con el brillo que le dió quién lo colocó hace un año y pico, cuando decidieron por fin inaugurar este tan ansiado edificio, el orgullo de cada uno de los vecinos del barrio, que de una u otra forma, contribuyeron a que aquel sueño se convierta en un símbolo y en un hito de toda la vecindad. Pero cuando el minutero ya estaba por llegar arriba, Elena, la querida Elena, cerraba los portones y ponía cara de ya es tarde y para entrar debo pedir permiso a la Vice. Todos sabían que con un par de mimos, aflojaba y los dejaba entrar, como si fuese un rito que todos se turnában para cumplir.
- Vamos chicos apúrense que cierro. Y Usted también Señorita Ada, tendría que dar el ejemplo!! - Elena recibía besos uno tras otro, y aprovechaba para retar a los que tenían el guardapolvo desprendido o habían venido sin peinarse.
- Elena no vino Gonzalito, ¿Lo vió por la vereda? - preguntó Silvia, la maestra de Quinto - Es muy raro, en lo que va del año no faltó nunca, y hoy tenía que ir a la Bandera -
- No, no lo ví. Casi siempre viene con un chico que usa anteojos del grado de Ana María, y este chico hoy vino solo -
Ese mediodía, otro de los chicos de Quinto fue elegido. Su maestra trajo de la Dirección la Bandera prolijamente doblada, tal como la habían dejado la tarde del viernes pasado. El reemplazante de Gonzalito la esperaba sonriente como a una novia en el Altar, y al recibirla, acarició el paño e hizo todos los esfuerzos que estaban a su alcance para evitar que tocara el piso de tierra. Silvia enlazó las dos tiras de tafeta y al son de Aurora, la Bandera fue subiendo hasta que sus colores se confundieron con los del cielo.
- Gonzalito, ¿Porqué no fuiste a la Escuela? - La mamá que llegaba de trabajar en el Hospital a la hora de la siesta, le preguntó con sorpresa, era un hecho inusual
Con los ojos llorosos dijo - Hoy tenía que ir a la Bandera, la Señoríta me dijo el viernes -
- No me contaste nada! -
- Cuando vine de la Escuela no estabas. Me fui a lo de Maricarmen, me dijo que ibas a volver tarde -
- Hijo, era mi día franco y tenía que salir, me habían invitado -
- Y el sábado viniste de trabajar con Rodolfo, yo no lo quiero, me da miedo -
La mamá de Gonzalito encendió un cigarrillo y le dijo - A veces grita muy fuerte, es así su carácter, pero no es malo - Se sentó enfrente de Él y continuó - No te preocupes, pronto vamos a estar mejor. No me dijiste porqué faltaste hoy-
Gonzalito moquendo sobre la manga de su remera le dijo - Las mamás siempre vienen a ver a los de la Bandera! - Y se fue corriendo a la pieza. Ella acomodó un poco las cosas de la casa, se tomó unos mates, y se cambió el buzo celeste por una camperita tejida de color crema y rosa
- Gonzalito! Vuelvo para hacer la comida. Te dejé pan , hacete la leche -
El mediodía de ese martes era muy diferente al del soleado lunes. Un viento del este había empujado una serie de nubarrones que se habían instalado justamente encima de la Escuela. Pero la rutina de cada día se repetía, los micros, las corridas de último momento, las mamás tirándole besos a los chicos.
- Señora no puede pasar -
- Venía a ver a Gonzalito que hoy va a la bandera -
- ¿Usted es la mamá? - preguntó Elena
- No, soy Maricarmen, una vecina que lo acompañé hoy -
- No puede pasar, pero si quiere vaya hasta el alambrado aquel, donde están esos chicos, que de ahí se ve. Está chispeando, no creo que formen filas afuera.
Algunas gotas comenzaron a caer y los cinco grados formaron filas en el patio interno, y como cada mediodía comenzaron a cantar esta hermosa canción. Mientras tanto la incipiente lluvia no fue un escollo para que Gonzalito comenzara a izar la Bandera Argentina, ayudado por Silvia que tenía sobre su cabeza una campera que alguien le había prestado
(hagan click en el link y suban el volumen)
Riqui de Ituzaingó
Algunas veces las mamás trabajan y no pueden ir a la escuela, por ejemplo a las reuniones de madre y uno no puede entender por que las otras van y la tuya... NOP!!!
ResponderBorrarAna Lidia Pagani