Una de las cosas que recuerdo de los años ochenta era que las noches eran tranquilas y nos cobijaban entre estrellas y silencios para que pudiésemos dar rienda suelta a toda la ilusión de ser jóvenes, pero más especialmente de ser libres. Castelar se caracterizó por ser un lugar que luego del cierre de los negocios, especialmente sobre Arias, comenzaban a atenuarse las luces de mercurio y siempre había una pequeña brisa, que limpiaba el trajín del día a día, dejando la atmósfera de manera apropiada para darle paso a los noctámbulos, a los románticos o para aquellos que no querían purgar la soledad comiendo un poco de fideos directamente de la olla, total, para qué servirlos en un solo plato! Las pizzerías eran una opción para juntarse, pero uno, no siempre quería morfar, además cuando de contarle cosas al amigo, se complicaba con un cacho de muzza en la boca. Y además cerraban temprano. Es por eso que algunas veces doblábamos por Carlos Casares y ahí al toque, sobre la esqu...