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La Misión Topacio

Desde que volvi de la ribera, no dejé de pensar en los senderos, esos que se dibujan , río arriba, en la costa de enfrente y que se meten entre pastizales, uno hacia el norte y otro un poquito más hacia la derecha..
El arroyo Las Puntas ya debería dejar de llamarse así, porque por lo menos en esta zona, es ancho y profundo, quizás en las últimas décadas haya cambiado el clima en la región desde que se abandonó la agricultura sin que nadie lo pueda explicarlo de una manera masomenos convincente.   Un misterio como tantos otros por acá.
Su nombre según la tradición se debe a que cerca de su nacimiento entre los cerros del oeste, se encontraron rocas muy duras sobre las cuales los indios comechingones raspaban huesos y piedras para hacer puntas de flechas y de lanzas, y como se sabe, las tradiciones no se discuten, mientras tengan  un poco de encanto y sirvan para ganar la atención de los visitantes.
A la altura de la bajada del pueblo, tiene un ancho que se podría cruzar a nado, pero no se ven más que algunos pocos chicos metiéndose hasta las rodillas sin alejarse mucho, y yendo como hacia los cerros, donde vi los senderos, nadie en el agua.
Las Puntas baja tranquilo desde el oeste, con poco caudal y aguas turbias, con mucho barro en el fondo, más parecido a un río de llanura.  Raro, porque en  toda  la zona las aguas brillan y toman el color de las piedras esas con nombres raros, como la rodoxita y otras más que no recuerdo.  Aquí no.  Pregunté si el fondo barroso tendría ramas que pudiesen lastimar, o si en el lecho hubiesen remolinos, intentando entender la extraña ausencia de bañistas.  -  No, ¿no escuchó hablar de la Carrucita? La gente le tiene respeto - fue la primer respuesta que encontré.

Me gusta pasar mis vacaciones caminando estos lugares hasta encontrar el que me seduzca y plantar bandera por unos días.  Es lindo hablar con la gente, caminar sus calles, ver a qué juegan los pibes, y tratar de entender cómo son los perros del lugar.
Y este pueblo, el primero en el que se detuvo el micro, me planteó un par de interrogantes, suficientes para buscar una cama limpia donde dormir algunas noches.
-  Buenas, ¿me puede orientar cómo conseguir un hotel o una pensión para pasar unos días? - le pregunté a una señora que se asomaba por una ventana bajita, y evidentemente se estaba fijando en mi.  Se ve que somos pocos los que elegimos este lugar para visitar.
- Al fondo del asfalto hay un mercadito, pregunte ahí - y sin darme ni siquiera la posibilidad  de agradecer el dato, cerró la cortina de cuadritos azul y blanco y, según me imagino, se quedó pispeándome, a ver si realmente me iba en la dirección indicada.  Entre otras cosas tenía ganas de ir al baño así que conseguir una habitación rápido era una buena idea, y arranqué a caminar en dirección contraria al río, el lugar desde donde venía.  Escoltado por dos perros, buenitos parecían pero haciendo su trabajo, fui caminando por el asfalto que alguna vez fue tal, devenido ahora en un camino difícil de transitar a pie, con mucha piedra suelta, hondonadas que habrán hecho en sociedad el agua y el tiempo y, tierra arcillosa, que ante la menor ventisca te llena los ojos de la sequedad del lugar.  Otra cosa rara, a dos o tres cuadras del agua, la tierra pareciera no haberse enterado de su existencia y te hace sentir como si estuvieses en el medio de la Puna.
Corrí las cortinas de plástico en tiras finitas verdes y azules, y los perros al verme entrar, volvieron seguramente a esperar a otro extranjero.  El mercadito era la habitación que daba al frente de una casa, y tenía una heladera mostrador con unos cuantos años de edad donde convivían fiambres, gaseosas y dos pedazos de carne, con pinta de comodines para un estofado, churrascos y si le ponemos buena voluntad, materia prima para un asado a la parriya.  Sobre la izquierda en unos cajones parados, ceboya, manzanas, lechuga, algo que cuando madure sería tomate, y una bolsa de papas sin abrir.  Y atrás de la heladera un par de estanterías, con lo de siempre: galletitas en lata, shampú y/o enjuague, vino tinto, Mariposa y no seguí mirando....
-  ¿Qué buscaba jóven? - con eso me recibió una señora grandota, de pelo atado, y un delantal completamente blanco, no diría impecable porque se notaba que tenía decenas de lavadas pero sin una mínima mancha.
-  Un lugar donde pasar un par de noches.  Me dijo una mujer a un par de cuadras de acá que podía preguntar en  el  mercadito.
-  La Rosa, mi comadre, siempre me manda gente, se ve que tiene un radar, jaja.  Mire, acá tiene una pieza entrando por el costado, con tres camas, pero como está vacía, por el momento va a estar tranquilo.  Tiene ventilador y una pava eléctrica.  El baño está saliendo y cruzando el patio; no es un lujo pero está limpio.  Le sale quinientos la noche.  ¿Cuánto piensa quedarse? - me decía mientras secaba con su delantal tres o cuatro vasos que estaban debajo de la estantería, se ve que también se podía tomar un traguito, vi un par de siyas afuera, me faltó una mesita para cerrar el cuadro.
-  No sé - le dije sorprendido por haber encontrado un lugar tan rápido. - Dos o tres días, supongo -
-  Está bien,  le cobro tres días entonces.  No sé qué hace por estos lados pero supongo que andará, como la mayoría, tratando de llegar a lo del Viejo Ubaldo.  Pero no le voy a preguntar nada, yo soy mujer de pocas palabras, y tengo que seguir con lo mío ...
Le dí tres de quinientos, bajé la mochila, y la acompañe a la pieza, mi hogar durante los próximos días
- Trate de no perder la llave  porque no tengo copia.  Si va a traer visitas, no haga escándalos que esta es casa de familia.  Si quiere que le cocine me avisa a la mañana, y cualquier otra cosa que necesite, me busca por el mercadito, ahí me encuentra hasta que se cierra la cortina.
Fui al baño, me saqué un poco la tierra y me tiré en  la cama, un ratito de siesta, me iba a venir bien.

Luego de caminar un rato, me di cuenta que no habría ni plaza ni iglesia, el centro geográfico del pueblo estaba en la intersección de dos calles, allí se veía una comisaría, un par de negocios de ropa, una oficina municipal y en una de sus esquinas un bar con una mesa de pool y un cartel pizarra en la puerta que anunciaba "cena con guitarreada para el sábado a la noche".  Debería ser todos los sábados porque el cartel estaba medio despintado, o quizás no lo actualizaron y quedó atado al poste de la luz desde vaya a saber cuándo.
-  Buenas, ¿que se puede tomar fresco? - me presenté mientras me sentaba en un taburete arrimado al mostrador.
-  Se ve que viene con calor el hombre!- me recibió un tipo grandote, y yo con mi costumbre de encontrarle parecidos a las personas, supuse que sería pariente de quien me alojaría por estos días. - Cerveza, está bien fría.
- Bien, ¿ qué tipo es?
- Cerveza, fría ¿le va?
- Si por supuesto - dije sin repreguntar y quedar como un tipo complicado
El hombre, sin sacar la mirada de una tele que estaba a un costado, sacó de abajo una botella de un litro y casi antes de apoyarla, la abrió con un pase de magia digno de esos que se ven por televisión.
La verdad es que no soy muy fanático de esta bebida, pero recién llegado a un pueblo, siempre es conveniente tomar lo primero que le ofrecen a uno, más teniendo en cuenta que mi intención era charlar un poco, y si se daba, conseguir algo de información.
Arranqué con: - Parece que hace mucho que no llueve por estos lados...
- No es época - escuché y noté que no iba a ser fácil la cosa, al ver que salió del mostrador y con un trapo rejilla se puso a repasar las mesas que daban a la ventana.
Me serví otro vaso de cerveza, y calculé que para terminar el litro faltarían dos mas. A mi tomar más de un vaso me  da sueño, queseyó, en todo caso le digo que me la guarde para otra ocasión, o no sé, que se la de a otro
El hombre pasó por una y otra mesa, quitando la tierra que yo no veía, y ya en el camino de regreso y sin mirarme, dijo: - ¿cómo supo del Viejo Ubaldo?, porque lo está buscando, ¿no? -
Me serví el tercer vaso rápidamente, y como si estuviese jugando a las cartas, le contesté: - Se sabe...
- Mire, a veces es mejor no andar averiguando mucho porque se puede llevar sorpresas, no muy agradables -   Volvió a ponerse detrás del mostrador y garabateó sobre una pilita de papeles de fiambre prolijamente cortados  y apilados, extendiéndome lo que entendí como mi despedida "120".
Pagué, me tomé el último sorbo dudando si servirme o no el cuarto vaso, y emprendí la retirada
- Adiós - me saludó alguien antes de llegar a la puerta.  Me di vuelta  y retribuí con un ademán a un flaco de no más de cuarenta años que esperaba ser atendido, o simplemente, tomó una silla y una mesa prestada para esperar que algo sucediera.

El atardecer en el río es difícil de ver como uno lo esperaría, porque da vueltas y vueltas entre los árboles y por lo visto, el  poniente sobre el agua, sería algo fortuito,  Desde donde estaba se veía uno de los senderos, esos que me habían llamado la atención, así que seguí caminando hasta que los dos se me aparecieron de frente, a unos quince o veinte metros (no soy bueno para calcular distancias).  Se presentaban con los pastos ralos, señal que se usaban para subir o bajar, vaya a saber dónde.
Me perdí mirándolos sentado sobre el pasto, acompañando la caída del sol entre las hojas de los sauces, matizados en una gama de amarillos brillantes, casi diría metalizados.  No se en qué momento aparecieron pero a unos metros mío, dos pibes dejaron sus bicicletas sobre el camino de tierra y empezaron a tirar piedras al agua.  Me paré y comencé a acercarme, y uno de los dos me dice:
- Diga, ¿va a cruzar?
- Me gustaría pero me dijeron que....
Ni me miraban y el más chico insistía en pedirle al otro que le dijera cómo hacía rebotar las piedras en el agua.  Y yo me quedé mirando, y no pude resistir la tentación de agarrar una piedra e intentar el patito.
- Nadie se mete a cruzar, le tienen miedoa la Carrucita, pero si quiere mi papá tiene un bote y algunas noches, cruza gente
- ¿Qué es la Carrucita? - pregunté
-  Una víbora, muy grande que come cabritos, y una vez agarró a una persona
-  Ahhhh, ¿vos la viste alguna vez?
-  Nooo, porque no sale, vive en el fondo, entre el barro, pero una vez a mi papá le quiso tumbar el bote
Levanté una piedra más, pero no era chatita, probé otra vez, y nada, se metió e hizo un gran remolino.  Saludé con la  mano, levanté la mochila y pegué la vuelta, ya casi no quedaba  claridad.
Busqué otro camino para volver, una paralela, y detrás de un gran paredón se escuchaba el inconfundible piqueteo de la pelota de básquet sobre el piso de baldosas.  Llegué a la esquina y doblando estaba la entrada del  Club Social, y se podía ver en el fondo las luces que coloreaban un partido.  Entré y me puse a ver desde un  costado.  No tenía un plan mejor para hacer, bahh, no tenía plan.
- Juegan bien, ¿no? - Noté que tenía compañía, me convidaron un cigarro, que rechacé con un ademán, y me di cuenta que se trataba del mismo flaco que había visto sentado en una mesa del bar, hoy por la tarde.
- Si, lo bueno es jugar un rato cada día, así uno no  pierde la sensibilidad en los tiros al aro - respondí sin demasiadas ganas de charlar
- ¿Y, va a cruzar o no? - me preguntaron sin mucha pausa
- ¿Cruzar?  ¿A dónde?
- Si Usted quiere ver al Viejo Ubaldo va a tener que buscarse alguien que lo cruce
Por un momento dejé de mirar a los muchachos que iban y venían por el embaldosado, y le dije - ¿Usted sabe quién me puede cruzar? - Sinceramente no sabía para qué ni porqué, pero parecía ser que mi permanencia en el pueblo se justificaba si iba al encuentro del Viejo Ubaldo.
- La verdad, no está muy bien visto el cruzar al otro lado del río, además es peligroso, ahora si lo quiere hacer, allá Usted.  O lo hace de noche, bien tarde o cuando recién sale el sol.
- Si me consigue, quién me cruce, yo mañana temprano.... - Estaba decidido a ver qué era lo que me había atraído de este lugar - ¿Me consigue? ¿Cuánto me van a cobrar?
- Nahhh no le van a cobrar nada, en todo caso, si vuelve, le compra alguna botella de vino, eso siempre paga bien.  Eso si, consígase una caña verde, hay mucho bicho suelto por ahí.   A las seis esté en la bajada de la 33, es la última calle de tierra yendo como para los cerros.
-  A las seis, allí estaré -

Doña Laura me estaba esperando parada al  lado del bote de madera, al que no le vendría mal una mano de barniz, el casco tenía una tonalidad medio gris verdosa, el agua y el tiempo habían hecho su  trabajo.
- ¿Como me dijo su nombre, Juan?
- No, Ezequiel
- Bueno para mi son todos Juan. Igual el viaje es corto, suba.  ¿trajo una caña verde? Se ve que no, espero que no le pase nada - No me dejó muy tranquilo que digamos.  Me subí al bote luego que estuvo flotando y se movió para todos lados, hasta que mi ocasional Capitana le plantó un pie encima y paró un poco.
- Ahora cuando crucemos Usted toma el camino de la izquierda, y camina hasta que encuentre un claro, ahí seguro los perros lo van a recibir.  No les tenga miedo porque sino se va a tener que quedar ahí hasta que se le pase.  No son muy amigables con los temerosos.  ¿Lleva cigarros? al Viejo le gustan.....
- No sabía... - Doña Laura sacó de entre su vestido un paquete a medio empezar y me lo dió
- Si vuelve, me compra otro.
- Le hago una pregunta, ya es la segunda vez que me dicen "si vuelve"..
- Pero hombre!  ¿Para qué va entonces a ver al Viejo?
El bote chocó de costado con la orilla y con un empujón Doña Laura me  invitó a bajar.
- Señora, ¿Usted me viene a buscar? - pregunté medio desconcertado.
- No - Con  la ayuda de los remos volvió al río, la vi que levantó una colilla del bote y luego de encenderla, comenzó a remar río arriba.  Y yo, solito con mi alma.

Daría la impresión que de este lado del  río todo era distinto, de hecho, el sendero estaba lleno de barro y la humedad que brotaba de todos lados era toda la que faltaba en el pueblo con sus calles de tierra que ante la menor brisa, levantaban remolinos de polvo no muy agradables para el que no estaba acostumbrado.  No esperaba ser recibido por tanta cantidad de  mosquitos, en realidad nunca me había puesto a pensar con qué me encontraría de este lado, todo fue muy rápido, y traté de no  pensar y concentrarme en mi camino, porque era difícil mantener el  equilibrio con el piso fangoso y los pastos que se enredaban entre mis  piernas.  Cada tanto sentía ruidos de bichos o vaya a saber qué pasaban a mis costados, no era mi intención averiguar de qué se trataba, y la  verdad es que estaba un tanto nervioso.  Llevaba casi cuarenta minutos y sobre mi camino, un tronco de algo parecido a un sauce tapaba mi ruta. Lo tomé de una de sus ramas y quise  correrlo, era más pesado de lo que pensaba, y fue poco lo que lo moví, pero debajo de él comenzaron a surgir una cantidad importante de unas cosas parecidas a las hormigas pero bastante más grandes.  Me puse a saltar de inmediato para evitar que se me subieran, y juntando fuerzas en uno de los saltos me aferré a otra de las ramas, una un poco más grande y logré correrlo algo, lo suficiente para volver a seguir mi camino.
Pero detrás de la rama, no había más camino. - Houston, estamos en problemas -
Miré inmediatamente hacia atrás, y había camino, por ahí venía, pero era la única marca, ni pasando el tronco caído ni a los costados, algo había salido mal, -  debería pegar la vuelta - pensé.  Pero sentí un golpe muy fuerte en la cabeza, y no recuerdo nada mas.

Me dolía mucho la cabeza, y de a poco se me fueron aclarando los ojos.  Estaba sentado en  un sillón de plástico en algo parecido a una galería de esas que hay en las casas de campo.  Me veía todo embarrado y sin mi mochila.
- Tome un poco de agua - Una mujer joven, muy bonita me acercó una jarra.  Me llamó la atención sus ojos, los conocía, y su tono de voz...
- Lo encontraron los perros, se ve que se perdió en el camino.  Estabas tirado sobre una rama que se había caído con la tormenta de ayer
-  ¿Dónde estoy?, ¿Quién sos vos?
Me quise parar pero no tenía fuerzas y me volví a caer sobre  el sillón.
-  No se preocupe, va a estar bien, se ve que se golpeó fuerte.  Está en la Misión Topacio.  El entorno no es importante, como verá esta es una casona vieja, allá en el fondo hay un galpón con alguna máquina vieja pero que sirven aún para trabajar y seguramente se va a cruzar con cabras o patos.  Pero lo importante es su presencia.  Descanse, luego le traigo algo para comer, y cuando tenga fuerzas busque a Ubaldito, seguro lo encontrará en el galpón arreglando algo. - Me quedé mirándola mientras me hablaba y antes que se metiera en la casa pude preguntarle:
- ¿Nos conocemos?
- Si, mi nombre es Laura - fue su respuesta y se perdió por una puerta cercana, dentro de la casa.
A mi lado una pequeña mesa de jardín tenia otra jarra con agua, y un sandwich.  Comí un poco, casi sin ganas, parecía que era la tarde, de a poco la luz se iba atenuando, y con ella mis ojos.  Me quedé dormido

Me despertaron los mordiscones de un perro en mis tobillos, y casi ni  pude abrir  los ojos de una, el sol pegaba de lleno en mi cara y me encegueció, obligándo a taparme con una mano.  Dos cosas noté de inmediato, que estaba tapado con una pesada manta de un hilo muy rústico, y que en mi cara tenía una barba de muchos días, meses diría si tenía en cuenta su largo.  Me paré como pude, me costaba tenerme en pie, pero recordando los dichos de mi ocasional anfitriona, encaré hacia una construcción que se veía entre unos naranjos justo delante de mis ojos, seguramente se trataba del galpón.
- Lo ayudo Don? - un niño apareció a mi lado y me tomó de la mano. Lo miré con sorpresa, no tenía más de diez u once años, pero mayor fue mi sorpresa al ver su mano izquierda tomando la que sería la mía, una huesuda y con la piel llena de manchas.  De inmediato miré mi mano derecha y era tan huesuda y manchada como la otra, no eran mis manos!
- Camine despacio, yo lo acompaño, Usted es muy viejito y estos perros de porquería lo pueden hacer caer - Me quedé perplejo, no supe como ordenar mis sensaciones, mis pensamientos, y decidí dejarme llevar hasta que se me aclare un poco la cosa.
- No se preocupe, es cerca.  Acá en la Misión todos cumplimos una tarea.  Yo por ejemplo, aprendí a manejar las máquinas para trabajar la madera, y corto troncos y los hago listones, para que armen puertas y ventanas, y hace poco, con mis maderas, le armaron a mi mamá un bote, que cada tanto usa para llevar gente al otro lado del río.
Con un ademán le pedí a mi acompañante que se detuviera un poco a descansar, mis piernas me temblaban. Me apoyé contra uno de los naranjos y quise  preguntarle a este chico si en realidad era cierto lo que sospechaba, que me había vuelto viejo.  Pero también pensé que la otra posibilidad era que con el golpe que aún sentía, me hubiese vuelto loco, así que dejé el tema de lado, y simplemente pregunté: - Que es la Misión?
-  Mi mamá me contó que hace muchos años, hubo un robo muy grande en el pueblo, y todos le echaron la  culpa a un viejo que parecía linyera y que lo vieron cruzar el río hacía acá, con un bote cargado de bolsas, seguramente con la plata que robó del banco, donde a la noche lo dejaban dormir, para que no se muriese de frío en el invierno, si se tiraba debajo de un toldo de algún negocio.  Dicen que por acá había una curandera, muy querida, hasta que la picó una víbora y se quedó ciega, y se volvió mala, se hizo bruja.  El viejo la vino a buscar para que lo ayudara a esconder la plata, que nadie se la robara
- Todo eso te contó tu mamá? a lo mejor es alguno de esos cuentos que le cuentan a los chicos antes de dormir - Le dije al chico que vió incorporarme para terminar el camino, mientras le extendí la mano nuevamente para que me ayudase
-  No, es cierto, lo que dice mi mamá es de veras
- Pero no me contaste qué es la Misión - pregunté ya en marcha, muy despacio pero en marcha hacia el galpón
-  Se ve que para cuidar el lugar, se hizo un embrujo de este lado del río, para que todos aquellos que quieran entrar a buscar la plata del viejo, no pudiesen volver - De inmediato volví a mirar mis dos manos, y me toqué la barba, y un sudor frío me recorrió la espalda, y no pude pronunciar una sola palabra
- Llegamos, acá en el galpón va a estar protegido del sol, y de la lluvia, y puede quedarse todo lo que quiera, y de paso me acompaña cuando vengo a cortar maderas.  Ahhh, Topacio dice mi mamá que es una piedra, que si la enterramos entre los naranjos, el embrujo se terminará y todo volverá a la normalidad.
Me senté en una silla de mimbre y con la  voz temblorosa pregunté - Puede ser que yo esté embrujado? - El niño me miró y de lejos se escuchó una voz de mujer " Ubaldito, vení a comer, rápido", y se fue corriendo, saltando por una de las ventanas que daban hacia la casona.
Miré a mi alrededor, una sierra de esas que tienen motor, serruchos, un banco de trabajo, un ropero, varios troncos apilados en un rincón, pero no vi aserrín, cómo no ver aserrín en una carpintería!  Detrás mío, una mesa chica, con una jarra de agua, un vaso y un sandwich, otro sandwich más.  Tomé un poco de agua y me quedé dormido, estaba muy cansado con la caminata.

El mordisqueo de un perro en los tobillos me despertó, como la primera vez, y delante mío, Ubaldito me estaba mirando.  Con un chistido espantó al perro y me dijo - Usted Juan puede ayudar a la Misión.
- No me llamo Juan, soy Ezequiel - respondí
- Mi mamá a todos los llama así, no importa.  Quiere ayudarnos?
- Cómo?
- Consiguiendo una piedra Topacio.  En el pueblo.... - Lo detuve con un gesto y diciéndole: - Tengo que comprar una piedra?  No vi lugar donde vendan joyas -
-  Hay una señora, la mujer del Gerente del banco que tiene una, regalo de bodas
-  Si no entiendo mal, debo robar una piedra topacio?
-  La misión.... es muy importante para todos
Traté de pensar un poco, pero  no pude más que sumar una serie de imágenes: los dos senderos, la mujer de la ventana con la cortina a cuadros, el bar, los chicos intentando el patito, la cancha de basquet.  La mujer del  bote..... - Es una locura!  Además apenas puedo caminar; cruzar un río, intentar un robo.  Nooo, es imposible eso!
-  Podemos ayudarlo.  Le digo a mi mamá que venga a la noche, ella le explicará mejor.
Y se volvió a ir.
Me paré y comencé a acercarme a una ventana. la que estaba justo enfrentada a la puerta y que debería dar hacia la parte trasera del galpón.  Todo se veía verde oscuro, como si ahí comenzara un  bosque o  algo parecido a lo que rodeaba al sendero que hice desde que bajé del bote. Dí un par de pasos más y el vidrio de la ventana reflejó lo que sospechaba pero no quería aceptar, un rostro viejo, ajado, desalineado, algo espantoso como nunca vi.  Y entendí que esto era real y que seguramente habría caído en una trampa de alguien. No veía otra opción más que esperar, quizás la piedra Topacio...
Volví a la silla de mimbre, y esperé. Vi cómo la luz de la tarde comenzaba a atenuarse, un pedacito de cielo que se colaba por la puerta se iba azulando aprovechando que ya casi no había nubes. Ruidos afuera casi no había, con excepción del viento que a veces movía las hojas de los árboles. No perros, no voces, no vida.  Estaba casi hipnotizado con la mirada puesta en el ángulo de la puerta, tanto que no vi  en qué momento entró la mujer. Agregó agua a mi jarra, renovó mi sandwich y me dió una manta.  - La va a necesitar, por la noche refresca en esta zona y en este galpón especialmente, corre un aire frío. -  Acepté la manta y seguí escuchando, -  Trate de dormir bien, y mañana ni bien comience a aclarar lo llevaremos al sauce caído, allí verá dos senderos, debe tomar el de la izquierda, por favor, no se equivoque porque echará todo a perder, y lo más importante, posiblemente perderá su vida. Recuerde, el izquierdo.  Al final del sendero lo estará esperando un bote que lo cruzará al otro lado del río

En este lugar como en cualquiera que haya muchos árboles, al amanecer todos los pájaros anuncian el inicio del día, dándole vida a los primeros toques de claridad del cielo.  Los árboles no dejaban pasar luz aún y decidí quedarme a esperar sentado en el tronco.  Mi cabeza me dolía mucho aún.  ¿aún?.
Hasta aquí había llegado desde el otro lado del río, buscando el camino que me llevaría a Don Ubaldo, pero luego, quizás un golpe me detuvo y me llevó a meterme en una historia que todavía no termino de entender.  La Misión Topacio, Ubaldito, Laura, mi decrepitud, quizás un embrujo, y ahora el tener un legado del cual no puedo escapar....
Tenía se; ya se empezaba a ver delante mío.  Busqué en mi mochila, la botellita de plástico que siempre llevo, y tomé un poco de agua.
Estaba mi mochila, también el agua.  Miré mis manos, y eran mis manos!  ME PARÉ, SALTÉ, ERA EL DE SIEMPRE!
Pensé, "esto es un sueño", pero también recordé las palabras del chico "Podemos ayudarlo.." y las de Laura "...debe tomar el de la izquierda..".  Y allí ya se veía, con los yuyos aplastados.  También a la derecha mía donde terminaba el claro, estaba el otro, el que me había traído hasta aquí.  No pude aclarar qué me había pasado, si fué realidad o solamente una alucinación mía, pero sin tratar de averiguarlo, volví por el sendero que conocía y a paso vivo.  A lo lejos, muy a lo lejos,  se escuchaban ladridos de perro.  Apuré el paso y casi que iba volviendo al trote, la velocidad que el  camino me permitía, esquivando ramas, barro, e intentando no salirme del camino.  Los ladridos me parecían más cerca, aunque ya a esta altura del partido dudaba hasta de mi propia existencia.  No estaba lejos, apuré el paso, y casi corriendo llegué a ver el río, plateado por los primeros rayos de sol que se colaban entre las nubes que cubrían todo el cielo del lugar y teñían el paisaje de grises y opacaban los colores, mayormente verdes del resto de la escena. Temiendo que los ladridos no fuesen un juego  de mi imaginación, me tiré al río y comencé a cruzarlo a nado, un río frío y barroso.  Y así llegué a la otra orilla, frío y barroso.
Me senté mirando el agua, y comencé a temblar, pensé que del frío, pero no, temblaba de miedo, o vaya a saber qué me pasaba.  No quise pensar en todo lo  que me habían dicho, de uno y del otro lado, de los consejos y de las advertencias.  Así que me quité la camisa, la estrujé, me sequé un poco la cara y el pelo.  Escurrí el agua que tenía dentro la mochila, y me volví a calzar, camisa y bolso a la espalda; arranqué a caminar hacia la pieza.  Tanteé el bolsillo de adelante y se notaba la llave, la que no debía perder.
Quince o veinte cuadras nomás, no me secaba el sol porque no estaba, pero sí soplaba cada tanto un viento que levantaba tierra que se me iba  pegando en la cara, en las manos y que mis dientes me contaban que un poco se había colado entre ellos. Necesitaba una ducha urgente, y dormir todo un día.
La cortina del mercadito entraba y salía con el viento, sin chocar contra la puerta, abierta, y debajo de ella, agua con jabón que salía, seguramente una temprana baldeada.  La señora se asomó y me recibió con un - Dónde se metió, joven?  Usted se vió cómo está?- y se quedó con los brazos en jarra sosteniendo la escoba y esperando alguna explicación mía
- Debo estar un poco sucio, creo que necesito un baño - y encaré hacia la vuelta donde estaba mi pieza
- Ni se le ocurra entrar así!  Primero pase por el baño, hay una toalla para secarse.  Y apúrese, lo están esperando en la pieza.
-  A mi?? Quién querría verme en este pueblo?
- Una pareja grande, dijeron que Juan se alegrará al vernos - y se metió al mercadito




















































Comentarios

  1. Estuve bastante para leer esta historia, empezaba y la dejaba no sé por qué, creo que no le encontraba sentido pero hoy me decidí y la leí... Está buena pero como se te ocurrió semejante historia?

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