Mi padrino era un Dandy. Nunca me interesé en buscarle el verdadero significado a esa palabra, pero en realidad tampoco me hizo falta, ya que por lo que había escuchado, Agustín se ajustaba perfectamente a su descripción. La pipa, un perro boxer, la pilcha siempre impecable, el peuyó 504 blanco, y la sonrisa generosa, siempre dispuesta a iluminar todo a su paso. Yo quería que se hiciese sábado para esperar su llegada a mi casa de Ituzaingó, aunque si bien lo hacía no muy seguido, cada visita era un regalo indescriptible. Era el fotógrafo de la familia, cada evento importante fue registrado por esa máquina grandota que tenía, pero no era tan importante como esa que me regaló a mi, una Kodak con los flashes en cubitos que servían para cuatro veces. Y como no podía ser de otra manera, su compañera, mi Tía Irma era lo más, yo la quería y lo sigo haciendo con toda mi alma, pero como pasa con la gente a la que uno idolatra, a partir de un día no supe más de ella, y si bien me ...