Creyó llegar a horario a tomar el colectivo de las 6.55, pero algo salió mal en la rutina de cada mañana: la tostadora eléctrica estaba desenchufada, y como suele ocurrir en los casos en lo que uno no espera sorpresas, alguien había quitado el adaptador de dos a tres patas. Este elemento tan común hace no tantos años, se podía hallar en más de un cajón de la cocina o del living, donde se guardan todas las cosas útiles, y en gran medida, las no tanto. O sea hace unos pocos años, este inconveniente sería superado casi sin esfuerzos ni demoras. Pero hoy, ya avanzado el siglo XXI, cuando vamos en camino a que los artefactos vayan dejando en el cuartito del fondo los cables y los transformadores, en este caso en particular, sigue batallando esta tostadora, casi una pieza de colección, una sobreviviente de la última década de la centuria pasada, cuando ir a Miami era una travesía casi religiosa para traer, entre otras porquerías, tostadoras de ciento diez voltios, que después te dabas cuentas que tu vida, o por lo menos tu desayuno, dependía de un maldito transformador que se podía quemar ante la menor variación de tensión, moneda corriente para los usuarios de Edesur por entonces. Un transformador, y por supuesto un adaptador de dos patas redondas a tres planas.
Hubo algún minuto de zozobra, en la cocina, hasta que recordó que en uno de los dos aparatitos para ahuyentar mosquitos y otras aves voladoras, había o debería haber uno. Toda esta cuestión, sumado a que el reloj que cuelga de la pared, justo encima de la puerta del baño, no está andando tan rápido como debería(creo que lo correcto sería decir que su paso ya no es tan firme como antaño).
Fue cuestión de doblar por Bonpland, y ver que a unos cincuenta metros, el colectivo rojo, fileteado sutilmente con trazos azules y blancos, comenzaba a moverse, aún con un par de personas subiendo, quizás un rezagado como Él, aunque a esta hora y en esta parada era poca la gente que decidía iniciar su viaje matinal; es más, no recordaba haber visto a alguien bajo el refugio de chapa días anteriores. Intentó una corta carrera pero de inmediato recordó que la última vez que había trotado, ni siquiera corrido, había sido hace tres veranos en la playa de La Lucila, cuando un viento arremolinado había decidido que su sombrilla mal clavada en la arena, comenzara a recorrer esa zona de la Costa Argentina, provocando escenas de pánico entre los veraneantes (pánico, bue, un poco de miedo, especialmente en Él ya que ese elemento tan típico de esta parte del orbe, era prestado, y no tenía ganas de tener que reponerlo a precio de plena temporada estival). Así que de inmediato, e imaginando calambres, esguinces y otras indisposiciones traumatológicas, volvió a su paso normal de hombre común, de más de sesenta.
Pero vió que del saco de quién estaba colgado de ambos pasamanos del bondi, algo caía al asfalto. Se acercó y era una libretita de esas de bolsillo, con espiral y el dibujito de un animal en la tapa, identificatorio de la marca lider en el mercado de los anotadores de ese tamaño.
La tomó, levantó la vista y el colectivo ya era un recuerdo que habiendo doblado en la esquina siguiente, cumpliría con la abnegada tarea diaria de llevar a los trabajadores a ganarse el pan de cada día.
Se sentó en el banquito de madera que suele haber en las paradas, incómodos, pero que denotan las buenas intenciones que tuvo quién decidió que allí sería necesario uno. Y como cualquiera de nosotros hubiera hecho, se puso a hojear ese mini cuaderno. Varias direcciones, dos o tres sumas medio largas, una flor con birome azul (en general las anotaciones estaban en color negro), y en una de las hojas, una de las últimas escritas, la frase "esta libreta no me fue entregada para anotar boludeces. Que quede claro". Dos o tres hojas en blanco, pero luego ante sus ojos se presentó uno de esos dibujos chinos o japoneses que nunca nos queda claro si son letras, palabras, frases o qué cornos.
Pero el sonido de un motor gasolero se hacía cada vez más presente, era el colectivo siguiente que estaba a metros de la parada. Guardó el pequeño anotador, y enfiló con rumbo al centro. Durante el viaje, rondaba por su cabeza esos signos raros y pensó que seguramente se trataba de algún texto japonés, sin dudas. En el laburo, recordó,que la secretaria de administración alguna vez había contado que amaba esa cultura y que su sueño era viajar al Lejano Oriente. Era obvio que alguna palabra entendería, y quién sino ella para descubrir el contenido enigmático de esa anotación.
En el horario del almuerzo, tupper en la mano se acercó a Celina (así se llamaba la secretaria) y le preguntó:
- Vos que sabés japonés ¿entendés qué dice acá? - y le mostró la libretita abierta en la página en cuestión
- No, ni idea, pero por lo poco que se, eso no es japonés, los trazos son diferentes, parece chino -
- Ok, gracias - Guardó su anotador y volvió a su escritorio
Ya con la tardecita sobre su cabeza, con ganas de unos mates y algún bizcochito, se fue hacia la parada del colectivo que lo llevaría de vuelta a casa, pero recordó que doblando la esquina, había un supermercado chino, ideal para un dos por uno, comprar un paquete de Nueve de oro y de paso decirle a la china de la caja que le traduzca. Y allá fue, a paso firme y decidido. Se dirigió directo a la góndola de las galletitas, agarró un paquete y rumbo a la caja tomó un frasco de Arlistán y por las dudas una leche en polvo. Ya en la caja, y al escuchar el - seteshiento - le dijo a la cajera:
- ¿Me podés decir qué dice acá? -
La china miró, sonrió y le dijo - No entende, nahh -
Con desazón, salió del local y decidió volver a la parada e intentar en otro lado. Cerca de su casa, sobre Bonpland, había otro, donde habitualmente reponía su stock de vino. Las compras eran periódicas "a un cliente no le pueden decir que no!" pensó en voz alta. E hizo la misma rutina, bajó una parada antes, entró al local, compró cualquier cosa y luego de pagar, pidió al chino (el dueño del local) que le tradujera. El chino miró el texto y con una sonrisa le dijo - naa naaa - y con una mano le hizo una seña indicándole el fin del diálogo
Volvió a su casa, se preparó un café batido con un poco de leche en polvo, y mientras comía el tercer bizcochito, planteó el intríngulis en el grupo de sus ex compañeros de colegio. Como pasa siempre en estos grupos nadie tomó con seriedad su tema y muchas fueron las burlas recibidas, pero alguién le dijo - Usá el traductor de Google - algo obvio si fuesen letras como las que tiene su teclado. Pero no estaba mal la idea, internet todo lo sabe, internet todo lo puede..
Luego de cenar y sin series a la vista, prendió la compu y empezó a buscar como llevar esos signos a algo digital que le permitiese googlearlo. Entró en foros, mandó un par de mails, y finalmente encontró una herramienta que por 7.99 te digitalizaba cualquier texto escrito de no más de una página A4, esté escrito en el idioma que sea.
Y hubo texto! Hizo Ctrl+C, abrió el traductor chino a español y luego Ctrl+V.
De lado derecho de la pantalla, y con letras bien grandes, pudo leer....
PUTO EL QUE LEE
A la mañana siguiente, no fue a la parada de siempre, sino que caminó dos cuadras más, y se llegó hasta la Avenida, donde pasaban varias líneas de colectivo y en los refugios siempre había colas esperando para subir. Vió uno cargando gente, se apuró y casi en el momento que estaba por arrancar trepó tomándose de ambos pasamanos, y de inmediato dejó caer esa libretita que había encontrado el día anterior. La escena la vió un muchacho en la vereda que se apresuró a levantar el anotador y a los gritos dijo:
- Ehh Señor!, se le cayó esto -
Pero el colectivo ya había cerrado su puerta y estaba lejos, rumbo a cumplir con su tarea diaria de llevar a los pasajeros a cumplir con su jornada laboral.
Seguramente esa mañana nacería otra historia, o no, quién sabe!
Riqui ed Ituzaingó
AAAAAAAAAAJAJAJAJAJA... QUE IDEAS LOCAS QUE SE TE OCURREN ESCRIBIR, PERO A MÍ ME ENCANTAN... NUNCA DEJES DE HACERLO...
ResponderBorrarAH ME OLVIDABA VOS QUE SABÉS DE TODO, SABES ALGO DE JULIO Y SU CITROEN AMARILLO?
Ana Lidia Pagani!!!!!