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Miguelito y el gato

 

- Oiga Don ¿Me puedo llevar dos mandarinas?  Son para mi mamá,  hoy es su cumpleaños - 

-  Si.  Te espero mañana a las nueve.  No falles, Jonatan  - Así lo despidió el Tío de Yael

-  No señor -  Miguelito agarró dos de las más pintonas y las puso, una en cada bolsillo, y como si tuviese un peso extra, salió con su bicicleta parado arriba de los pedales rumbo al barrio nuevamente.  Cruzó la avenida casi por la mitad sin respetar semáforos ni nada, y así como venía llegó a la esquina y dobló tomando cada vez más velocidad.  Hizo unas cuantas cuadras y dejó su bicicleta tirada sobre unos pastos de lo que alguna vez supo ser una vereda de césped.  Se sentó a su lado y mientras pelaba la primera de las dos mandarinas, pensaba  "  Me revienta que me digan Miguelito!  Yo no soy uno de los clavos que rompen las ruedas!.".  Tenía el ceño fruncido como si el sol le estuviese dando de lleno en la cara, pero no había casi sol, ese era un gesto común en Él.  Un gato blanco y gris se sentó a menos de un metro y sintiendo el olor a la fruta comenzó a maullar.  Miguelito levantó una rama de sauce que andaba por ahí, y le mandó el latigazo - Lo único que me faltaba, que me vengan a manguiar! -.  El pobre animal que solo buscaba un poco de cariño, recibió a cambio un ramazo sobre el lomo, producto del stress de un jovencito con serios problemas emocionales.  Y huyó rápidamente hacia los techos de la casa abandonada.

Comenzó a pelar la segunda mandarina y a lo lejos escuchó maullar.  Se dió vuelta y allá arriba del techo, vió al gato blanco y gris que, lo suficientemente lejos del alcance de la rama insistía en pedir aunque más no fuera un gajito.  El chico se paró, levantó una piedra de canto rodado y le apuntó al animal, con tan mala puntería que pegó de lleno en una ventana de algo debería ser un  altillo, por su ubicación, haciendo un ruido muy fuerte qus llamó la atención de más de un vecino, y no así del gato que casi que no se dió por enterado.  Simplemente se corrió de lugar para observar la escena.

Algún insulto se escuchó, así como también el ruido de una puerta de rejas que chillaba al abrirse, y sin dudarlo metió la bicicleta detrás de la pequeña pared del frente de la casa y corrió por un pasillo lateral para no ser visto por los vecinos.  Lo que no estaba en los planes es que en el fondo de la casa había un perro negro, de colmillos desafiantes y cara de pocos amigos.  No había muchas opciones, o enfrentar al perro, o a los vecinos.  Pero como suele suceder en las películas, casi a mitad del pasillo, una escalera de fierro subía directamente a la terraza a la zona del tanque de agua.  No dudó y la trepó con la destreza de un alpinista.  

-  Se que entraste a la casa desgraciado! -  La vecina de la casa de al lado pegó el grito, quizás más que para que la escuchara el intruso, para llamar la atención del vecindario.  Ultimamente no pasaba nada en el barrio y esta era una oportunidad única de tener tema de conversación durante un largo rato, y no había que desaprovecharla.

-  ¿Qué pasó Matilde? -

-  Ayyy María, una no gana para disgustos! -

-  Parece que entraron a robar acá en lo del Dotor, mire la ventana, se ve que entraron por ahí -

-  Mi madre!! -

-  Son rateritos, yo alcancé a ver a uno, un mocoso -

Cualquiera que escuchara el diálogo y sus entonaciones, podría imaginarse que se trataba de dos personajes con delantal y quizás ruleros, y la escoba o escobillón en la mano, porque siempre había que tenerlo, vió!.  Pero no, se ve que fueron pasando los años y los looks, también.  La tal  María lucía unos jeans que le quedaban medio grandes, quizás producto de los vaivenes de las dietas, y una remera con el símbolo de la paz, salpicada con lavandina.  Y María, su partenaire tenía puesto un vestido de esos que se usan en la playa con una campera Adidas azul de dudosa autenticidad según sentenciaban lo poco paralelo de las famosas tres tiras sobre las mangas .

A todo esto, allá arriba, Miguelito se escondía debajo del tanque del agua, esperando que la situación se calme, pero para su desgracia, el gato blanco y gris comenzó a maullarle, quizás recriminándole el ramazo que se había ligado y porqué no, ese proyectil enviado sin destreza que tenía como fin su cabeza

-  Chissttt.  Callate boludo!  -  le gritó en voz baja, sin entender que los gatos no suelen entender el idioma de Cervantes.

Abajo, María y Matilde hicieron un repaso de los titulares del canal de noticias del último año, y como dos expertas se paseaban entre la inseguridad, los índices de pobreza, los planes sociales y el poco futuro que tenía el Jefe de Gobierno en vista de los próximos comicios.  A su vez en la vereda de enfrente una pareja mayor pero no tanto se detuvo a ver, y desde la esquina que apuntaba hacia la avenida, se lo veía venir a Don Horacio, con porte y actitud de super héroe doméstico a paso vivo, y unos metros detrás, un policía con cara de resignación lentamente lo seguía, sin ninguna ganas de tener que volver a la Comisaría.  Hoy jugaba Banfield y lo pasaban por la tele.

-  ¿Cuántos son, pudieron verlos? - preguntó la autoridad.

-  Varios, y uno petiso que parecía estar de campana - Respondió Matilde poniéndose en el centro de la escena.

El policía asintió con la cabeza, sacó su arma y medio agachado entró por el pasillo, simulando esos movimientos que se ven en las series cuando los Comandos entran en sitios tomados por terroristas.  Llegó a una puertita baja de rejas y allí lo esperaba el perro negro de notables colmillos y cara de pocos amigos, presencia que lo hizo recular y seguir la inspección por el frente de la casa.  Tocó puertas y ventanas, corriéndose de inmediato como hacen los Comandos, y al ver que todo estaba cerrado, volvió a la vereda y lanzó el primer grito de advertencia a los ladrones:

-  Están rodeados!  Arrojen las armas y vayan saliendo con las manos en alto! -

A la presencia de Matilde y María, se habían sumado la pareja de enfrente, Don Horacio, dos pibes que venían en moto y, salieron a la puerta tres o cuatro personas que estaban comprando en el almacencito de a mitad de cuadra.  Matilde empezó a aplaudir la heroica acción del oficial, lo cual  fue seguido por los demás, pero de inmediato esto fue detenido por el policía en cuestión, con un ademán de PAREN Y HAGAN SILENCIO, lo cual le dió mas tensión al momento.  De repente en el silencio de esos eternos segundos se escuchó desde la terraza:

-  Por favor, ayuda! -

-  Uhhhhhhh-  fue lo que se escuchó, como un coro de ángeles alrededor del policía.  Este acomodó su gorra, tosió para templar la voz y gritó:  - ¿Hay un niño ahí arriba? -

Y por detrás de una maceta con un ficus  que se erguía enhiesto en el borde de la terraza, se vió asomarse a un chico de ceño fruncido y flequillo que casi le tapaban los ojos, el que entre sollozos dijo:  -  Ayudenme, me pegaron , me robaron! -

-  ¿ Donde están los ladrones, viste si están armados? -  le dijo el policía.

-  Saltaron al patio, le pegaron al perro, y se fueron por atrás, por el lote -

-  Bueno nene, quedate quieto que voy a buscarte -

-  Apurese Señor ¨policía, tengo mucho miedo que vuelvan! -

Con la certeza que el peligro mayor había pasado, el oficial guardó su arma, sacó pecho  y a paso firme fue hasta la escalera que estaba en el lateral de la casa.  Minutos después y en medio de una ovación por parte de la gente que se había juntado en la vereda, descendió con el niño en brazos, de torso desnudo y cara de susto.

-  Tengo frío -  Fue lo primero que dijo, y alguien le alcanzó una campera que lo cubrió mientras temblaba como una hoja.  María ofreció darle un buzo de uno de sus hijos, y Matilde fue hasta su casa a traer un termo con cafe con leche y dos panes con manteca y azúcar en un platito tapado con un par de hojas de rollo de cocina.

El policía dijo:  -  ¿Cómo te llamás, dónde vivís, tenés el teléfono de tu mamá?.  Vamos a avisarle -

-  Me llamo Jonatan, vivo con un tío, porque mi mamá se murió en un accidente, pero mi tío ahora trabaja y no vuelve hasta la noche -  Y arrancó por el segundo pan, mojándolo en el tazón de café con leche.

El policía dejó al chico a cargo de María y Matilde y se retiró entre agradecimientos y nuevos aplausos por su heroica acción, y Don Horacio que había perdido protagonismo, comenzó a aplaudir las manos, como para llamar la atención y dijo:  -  Afortunadamente no pasó a mayores, el chico está bien y la casa del Dotor, a salvo.   Nos vamos todos, sigan con sus cosas -  Y se quedó esperando algún agradecimiento, algún aplauso, pero no, la gente enfiló cada una para sus destinos, comentando el hecho que había conmocionado al barrio.

Mirando como le quedaba el buzo rojo que había ligado, agradeció a la señora María, con la promesa de devolverle la prenda cuando pasara nuevamente por su casa y le hizo un pedido extra -  Si me puede dar un poco de pan para llevarle a mis primos, me habían mandado a comprar, y me robaron todo el dinero - . Recibió una bolsa con algunas flautitas y de inmediato se cruzó a buscar su bicicleta que aún estaba detrás de la parecita de la casa abandonada.

Miguelito, como si tuviese un peso extra se subió a los pedales y sin sentarse arrancó a pedalear, con rumbo al barrio.  Desde la terraza el gato blanco y gris le dedicó un maullido, y desde la esquina se escuchó la voz del chico -  Ya te voy a agarrar a vos, buchón! -


Riqui de Ituzaingó

Comentarios

  1. Pero a la final Miguelito le dio un gajito de mandarina al gato?
    Me parece que ese pibe es mentiroso porque dijo que las mandarinas eran para la mamá y se las comió Él...
    ME ENCANTÓ!!!
    Ana Lidia Pagani

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