Para los que tenemos más de cincuenta, leer el nombre Rolando Rivas, nos dispara de inmediato a una de las primeras historias de amor que desde la tele, nos enganchó a todos, sin distinguir edad ni sexo. La familia toda esperaba que se hiciesen las 20.30 para ver como una chiquilina Solita Silveyra, enamoraba a un enrulado taxista, Claudio García Satur.
Todo bien, pero no quiero hablar de ese icónico programa.
Había una marca de fuegos artificiales que tenía ese nombre, recuerdo haber visto un cartel pegado sobre una pared, seguramente de esos publicitarios que repartían en quioscos o librerías, los lugares donde siempre se vendían para las fiestas. Nunca supe a ciencia cierta si ese nombre era un homenaje al trabajador del Siam Di Tella o simplemente, era otro tipo que se llamaba igual.
A decir verdad nunca me entusiasmó mucho el tirar cuetes, quizás porque una vez cuando era chico me quemé con uno de esos que eran como fósforos y me explotó en la mano, sin mayores consecuencias pero, se ve que me quedó el cagazo. Sí, en cambio me gustaba ver cómo en el cielo se dibujaban mil formas de colores, iluminando esas noches, siempre de mucho pero mucho calor en la ciudad. Y a medida que pasaron los años, ya de grande me di cuenta que no estaba muy bueno, que la gente se lastimaba, los perros se asustaban y alguna bengala perdida podía agarrar fuego a un techo, sobre todo lo de los quinchos, tan comunes en el oeste.
Pero, siempre hay un pero, recuerdo que los 24 de diciembre a la hora de la siesta, siempre tomaba una bici o me iba caminando rumbo al Quiosco y Librería Roma, sito en Brandsen y Mistral. Eso terminó siendo un rito para mi, porque era una oportunidad para estar con mi Hermano del corazón, mi querido Rocco. Casi siempre lo pescaba con un tablón en la callé, delante de la puerta de la Galería, y siempre protestando porque lo dejaban solo y bla bla bla. Repito, no me interesaba comprar ni tirar cuetes, pero era el precio que pagaba para estar un rato con Él, disfrutando como no me pasaba con casi nadie, de su entrañable compañía; y como siempre entendí que la Navidad es una celebración para acomodar los tantos del alma, ya al volver a casa, tenía una parte importante de ese tema, resuelta. Y de paso me traía unos cuetes que tiraría con mis sobrinos, que a ellos sí les gustaba.
Ya hace varios años que el Barba decidió que, como hizo con la Dora, seres de bondad absoluta no merecían envejecer en un mundo tan injusto y mezquino como el que nos toca vivir, y entonces se terminó ese rito de cada siesta del 24 y creo que nunca más compré un cuete. Es más, celebro que haya regulaciones que prohiben su uso en la actualidad, ya que ese silencio que suele intentarse en los cielos de Itu, nos regala el clima ideal para esperar que desde algún lado de vaya a saber dónde, retumbe su inconfundible risa, esa que sigue siendo un bálsamo para mi espíritu
Rocco de mi corazón, donde quieras que estés, Feliz Nochebuena!
Riqui de Ituzaingó
Pd: En este espacio suelo compartir historias, y aunque no lo parezca, esta forma parte de la historia de mi vida
Qué lindo recuerdo! Se me escapó mas de un lagrimon.
ResponderBorrarQue lindo recuerdo, recordar a La Dora, a Rocco, a nuestra infancia... TE QUIERO HERMANIS!!!
ResponderBorrarEso lo escribí yo... Ana Lidia Pagani...
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