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Un arquero de aquellos!

Esperábamos con mi vieja el colectivo en el lado sur de la Estación de tren de Moreno, casi en la punta, diría que era el primer palo de las paradas.  Un viaje corto, y lo recuerdo porque nunca me gustó mucho andar en micro; a los chicos, que se la pasan tomando leche y comiendo cualquier cosa a cada rato, el zangoloteo no les sienta bien.

Bajábamos sobre la ruta y caminábamos un par de cuadras por esa zona hermosa de quintas, donde el aire tiene la frescura y el perfume que solo pueden repetirse en nuestros recuerdos.  Al llegar al fin de la segunda cuadra, ya se veía el chalet de la esquina, el de mi tía Esther, que resaltaba por el cuidado y la prolijidad hasta en el pasto que bordeaba la zanja.  Con rejas sobre las ventanas con forma de rombos, se entraba por la esquina directamente al comedor, amplio, espacioso, de colores claros y muebles oscuros, brillantes, como si recién los hubiesen traído desde hace veinte o más años atrás.  Cruzándolo, se llegaba a la cocina que seguramente ocupaba gran parte del ancho de la casa, y que daba la sensación de ser finita, pero no era más que una ilusión de mis ojos, porque entre otras cosas estaba pintada de un color rosa oscuro, casi morado, algo inusual, por lo menos para mi.

Desde ahí se salía a una galería cubierta, y sobre su izquierda se veía la entrada al garage que guardaba el Ami 8.  De frente un parque inmenso, con el pasto siempre impecable, ideal para jugar al fóbal, y patear un rato, como si fuese una cancha de verdad.

Pero lo que a mi siempre me fascinaba, era ir hacia el otro lado, hacia la derecha de la galería.  Al finalizar, un camino de lajas, enmarcado entre plantas que le daba aspecto de pasillo, se llegaba a un cuartito no muy grande que en algún momento fue hecho para guardar cosas, pero fue convertido en dormitorio de mi primo Miguel Angel. Era chico y prolijamente lleno de cosas, todas dignas de revisar, muchos libros, y unos estantes con autos maravillosos, que ni en la tele se podían ver

Mi primo jugaba al fóbal de arquero, y siempre me contaba sus hazañas como golero, y un día me di cuenta que había pedido para mi cumpleaños un buzo de color amarillo, y le hice coser el UNO de cuerina en la espalda.  El en el parque, cada tanto me daba la posibilidad de que le tirara un par de penales, y yo siempre esperaba, no hacerle el gol, sino que me los atajara, como estaba acostumbrado a hacerlo en esos partidos dónde el equipo estaba a un penal de perder todo un año de esfuerzo , o alcanzar la gloria, aunque más no sea por una tarde.

 

Una tarde de verano, estábamos en el comedor, al lado de una de esas imponentes ventanas que daban a la calle, de paisaje verde que cambiaba a medida que los rayos de sol podían llegar a colarse y darle otro brillo a la imágen que nos devolvía la ventana.  La radio clavada en Rivadavia, y el mate ahí listo para ir tomando de a poco.  Y mientras reparaba un par de guantes de cuero, testigos de cientos de batallas, meta aguja e hilo, Miguel comenzó a contar:

" Siempre, los sábados a la tarde, a esta hora, cuando el sol aún sigue picando de lo lindo, me iba hasta la cancha que está cruzando la ruta, a ver los partidos que se daban entre los dueños de casa, y quienes venían a visitarlos con el firme propósito de doblegarlos y poner en duda el derecho a la pertenencia de tan preciado estadio.  Me ubicaba detrás de uno de los arcos, el que daba al baldío, y me quedaba esperando el pelotazo alto y desviado, para salir corriendo y, entre los altos pastizales, poder recuperar la pelota, e imitar a los arqueros que veía los viernes a la noche en el partido en directo, que la levantaban con una mano y con un voleo certero, la ponían en juego, más allá de la mitad del campo.  Yo siempre tenía puesta una camiseta mangas largas de piqué, y estos guantes que compré en la Estación, con lo que había ganado cortando pasto en el barrio.  Así fueron muchas tardes de sábado, corriendo a recuperar malos tiros, llegando a intuir el destino erróneo de los mismos, conociendo, luego de tantas tardes, al ejecutor de los disparos.

Pero hubo una tarde, de partido cerrado, con un empate que parecía estar sentenciado, donde un mal cruce entre el nueve de los de la Cancha del Loteo, contra nuestro arquero, hizo que Carlos tuviese que salir lastimado.  Y, cuando pensé que todo terminaba ya que no era habitual que hubiese suplentes y menos que menos carcelero de los siete metros con veinticuatro, el capitán del equipo, me miró y con una seña con la cabeza, me dijo : - ¿Te animás? - 

Botines Sacachispas, casi sin uso, la camiseta de piqué, mis guantes de cuero, y toda la ilusión de demostrar en los pocos minutos que quedaban, que perfectamente podían contar conmigo para el resto del campeonato.  Entré y marqué con los tapones la referencia del arco en el área, como lo hacía siempre el Gato Marín.  Y empecé a acompañar de un lado hacia otro el movimiento de la pelota, que estaba lejos, para quedar siempre en la franja donde se jugaba. Pensé que me iba a volver a casa sin tocarla, pero hubo un desborde, un centro atrás, y nuestro zaguero empujó mal y fue penal, casi al terminar el partido.  Inobjetable.

Era mi oportunidad, yo sabía todas las técnicas, mirar siempre fijo al que pateaba, moverme sobre la línea para un lado y para el otro.  Acercarme al punto penal para ver, hasta que me mandaran al arco de nuevo.  Todo listo para hacer, pero vi que el que iba a patear y venía al trotecito desde atrás,  no era otro que Dardo, el hijo de la Rosa, la comadre de mi mamá, y cuando me vió, se acercó y me saludó con un beso y un "Miguelito, qué haces!".  Me puse nervioso porque lo conocía, había ido mas de una vez a la casa a jugar cuando era más chico, y siempre terminabamos juntos  pateando penales en el patio de la casa, con la Pulpo de goma.  Mil goles me hizo, y otros tantos le atajé, y siempre discutíamos si la distancia estaba bien, o si valía patear tan fuerte en el patio.  Acá era otra cosa, pensaba que ya no estábamos jugando, yo era la primera vez que atajaba de enserio, y Él quizás tenía la posibilidad de consagrarse en el último minuto, como goleador.  Sabía que mi deber era atajarlo o por lo menos intentarlo, porque mis compañeros de equipo, además, no conocían esta historia. En mi interior en un momento pensé, que si debía ser gol, que pateara muy fuerte y muy esquinado como para que no pudiese llegar de ninguna manera, quizás pudiese rozarla, y que si bien nos fuésemos con una derrota en casa, se comentaría que casi la sacaba, que llegue a tocarla.

Hubo una corta carrera, no elegí palo ni atiné a moverme, y la pelota se fue muy alto por arriba del travesaño, perdiéndose entre los pastizales esos que conocía como si fuese el fondo de mi casa.

Varios de mi equipo vinieron a saludarme y alguno hasta me felicitó, no sé porqué.  Pero a mi me quedó la duda, si lo había errado a propósito.  Traté de buscarlo pero ya no lo veía, el equipo visitante, todo junto emprendió la retirada.  Mientras cruzaba la cancha para volverme a casa, escuché comentar entre mis compañeros.  " este pibe nunca erró al arco"


El sábado siguiente no fuimos a Moreno, y después de comer las clásicas milanesas con arroz amarillo, me senté en la cocina al lado de la ventana, puse la radio, Rivadavia por supuesto, y junté todos los elementos necesarios para cebar mis primeros mates.  Había venido Ricardo denfrente a preguntarme si después quería ir a patear con Él porque sus hermanos le dijeron que no.  Y yo, me senté, agarré el buzo, y con aguja e hilo que le había pedido a mi tía, comencé a repasar la costura del número de cuerina, no vaya a ser cosa que en alguna revolcada, terminara en la tierra-

En la radio, el Polaco cantaba Naranjo en Flor, y yo le contaba a mi vecinito: - Siempre iba a ver atajar a mi primo Miguel Ángel, un arquero de aquellos ... -

(hagan click sobre el link, y suban el volumen!)


Riqui de Ituzaingó






Comentarios

  1. Hermoso... Me vino a mi mente la casa de tía Ester de Moreno, sus muebles que eran como los de Blancanieves, el parque del fondo con las fallas en el cerco de alambre tejido que mami siempre se llevaba contenta un ramo que la tía le cortaba para ella...Gracias por el hermoso recuerdo....
    Ana Lidia Pagani.

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