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Al límite

 El tipo saludó a las pocas personas que quedaban en la oficina, personal de limpieza, uno que se ocupaba del archivo y un flaco alto que tenía pinta de amigo del dueño.  La puerta se cerró detrás de Él y mientras apretaba el botón del ascensor, aflojó el nudo de su corbata.  ¿Cuántos años más debería seguir usándola?.  Volvió a apoyar su dedo sobre el cuadrado metálico, y al no ver ni luz en la botonera ni escuchar ese zumbido característico de estos aparatos, decidió usar la escalera, total cuatro pisos no eran la muerte de nadie (en bajada).  El problema fue que las luces de la escalera no funcionaban o por lo menos, no veía las lucecitas rojas encendidas como para ir apretando a medida que descendía buscando la salida.  Solamente se iluminaba con la claridad que entraba desde las ventanitas que había en cada uno de los descansos de los pisos, y como daban a la calle, sus pasos se teñían de cierto resplandor celeste. Tenue, pero resplandor al fin.

A nadie cruzó durante esos minutos, y le llamó la atención no ver gente en la planta baja, los de seguridad por lo menos.  Se encontró frente a las dos puertas de una chapa de color del bronce, con vidrios por supuesto, giró la manija y salió del edificio.  Detrás de Él la puerta se cerró y las luces del palier se apagaron por completo.  Metió la mano en el bolsillo del saco, el interno, buscando los cigarrillos, pero el bolsillo estaba vacío, al igual que todos los otros, recordó haberlos visto sobre su escritorio, junto con los fósforos y el teléfono, seguramente todo habría ido a parar a la mochila.

¿Y la mochila? Debería estar  pendulando de su hombro derecho, pero no, ahí no estaba.  Se volvió unos pasos hasta la puerta de bronce.  Tocó el picaporte pero estaba cerrada por dentro; apoyó su cara sobre el vidrio y pudo ver una cadena y un candado   que enlazaban a las dos manijas del lado de adentro.  Sobre la pared, la chapa del portero eléctrico se veía con bordes oxidados, Tocó el C del cuarto piso, pero ese botón estaba duro, le pegó una y otra vez a ver si se aflojaba, consiguiendo que la chapa botonera se desprendiera de la pared y cayera al piso, Dos cucarachas como si hubiesen sido descubiertas en su guarida, escaparon con rumbo incierto hacia la vereda.

Tanteó nuevamente sus bolsillos, y sólo encontró un tiquet de Posnet, una bandita elástica y lo que parecían ser migas de vaya a saber si galletitas, alfajores o qué. Sin cigarrillos, ni teléfono, ni dinero, pensó en parar cualquier colectivo y contarle que le habían arrebatado la mochila y que solo quería llegar a su casa y terminar este mal día.  Miró por la avenida, allá en el fondo se veían dos o tres luces rojas de freno, y no mucho más, un panorama desolador allí, como si las agujas del reloj se hubiesen detenido en las tres de la mañana y estuviesen, sin darle importancia a  la realidad del tiempo, o por lo menos, lo que era para el tipo, su tiempo.

Comenzó a caminar, guiado por las flechas blancas pintadas sobre el asfalto de la avenida, aunque sus pasos irían marcando la vereda ancha de baldositas casi blancas humedecidas por una leve garúa que de a ratos cubría esa parte de la ciudad.

Sintió frío, pensó en levantarse las solapas de su saco, pero no estaban dónde debían estar, a decir verdad, no había saco, solamente una camisa mangas largas  y una corbata apenas anudada.  Dió unos pasos rápidos hasta llegar frente a un bar, El Remanso, ese que servía el peor café de la ciudad, pero quizás ese día podría cambiar de opinión, sobre todo si lograba que le sirvieran uno de fiado.  Todas sus ventanas y puertas estaban cerradas, con enrejados y candados, un tanto oxidados según podía ver el tipo.  Un relámpago lo iluminó todo y pudo ver por un instante, sobre el vidrio de la puerta principal, la imagen de un tipo, mucho más grande que él, de camisa y corbata, apenas anudada, con poco pelo, descolocado por el viento, y de aspecto perdido y desvencijado.  Fue solamente una imagen ya que la luz que venía desde las columnas de alumbrado público no eran suficientes como para reflejar algo.

Dos cuadras, tres, cuatro, y al llegar a la avenida que cruzaba, vió una esperanzadora luz amarilla sobre el techo de un auto.  Bajó a la acera e hizo el movimiento típico con su brazo derecho para detener al taxi.  No paró.  Siguió de largo, despacio, buscando otro pasajero.  Lo siguió con la mirada, pensó en hacerle alguna seña, sin embargo, a su derecha, la manga de la camisa, se balanceaba casi sin sentido, de acá para allá.  Su brazo derecho parecía no haber estado nunca ahí dentro.

Quiso escapar, no sabía muy bien de qué, pero lo intentó.  Se echó a correr, pero al dar el primer paso cayó pesadamente sobre el asfalto negro, en este caso brillante por el matiz que le daba esa llovizna que de a ratos lo acompañaba

Y así quedó, desmemoriado, con su cuerpo mutilado, completamente desnudo.  Cerró los ojos y simplemente, esperó.  Nada mas podíá hacer.


-  Oiga, despierte! - le dijo otro tipo

-  ¿Dónde estamos, qué es esto? - 

-  Digamos que es un mercado, donde los tipos como Ud. compran, pagan, y esas cosas que se hacen en un mercado -

-  No veo mercadería, no veo anaqueles.  En realidad, no veo nada -

-  No hace falta - Le dijo el otro tipo - Vamos al grano, no tengo mucho tiempo.  Según me informaron Ud tuvo una vida de mierda, como se dice vulgarmente, fue un mediocre -

-  ¿Mediocre?  Y Ud. ¿Quién es para juzgarme? -

-  No tengo que darle explicaciones, y le informo que además, me agarró en un buen día, que sino lo fletaba sin mayores miramientos -

El tipo no entendía mucho, pero lo poco que pescaba era que la cosa iba en serio.  Y mantuvo el silencio -

-  Por lo que veo Ud nunca hizo nada digno de ser contado, nadie lo espera y si no aparece mas por ahí, no habrá quién lo lamente.  Es mas, creo que nadie se dará cuenta -

El tipo escuchaba, no tenía muchas mas opciones.

-  Y sin darse cuenta le pasó la vida y Ud ni se enteró, y pareciera, bah, estoy completamente seguro, que ni tomó nota de todo lo que fue perdiendo en todo este tiempo.  Fíjese sus últimos recuerdos, que espero los tenga aún.  Dejó olvidada su mochila, objeto que reunía sus pertenencias, o sea casi nada.  Perdió por ahi su saco, lo poco que podía protegerlo, aunque sea del viento.  Se quedó sin su brazo y su mano diestra, herramienta vital para construir cualquier cosa, por ejemplo una vida.  ¿Sigo? -

No hubo respuesta del otro lado

-  Bué Ud. sabrá, la pierna,  la voluntad, quedó despojado de ropas y de todo.  En fin, un final merecido.  Pero hoy me agarró de buen humor le propongo un juego -

-  Lo escucho -  dijo el tipo

-  Yo pongo en juego cada una de esas cosas que perdió, Ud. va a tener que ofrecer algo que aún conserve, no hay mucho pero ya va a aparecer.  Sacamos cada uno una carta del mazo, y la más alta gana.  ¿Qué le parece?   -

-  No tengo muchas opciones - Dijo el tipo

-  Entonces empecemos.  Yo ofrezco sus últimos veinte años. Ud., a ver, va a ofrecer  el gol del Chango Cárdenas y por consiguiente la Copa Intercontinental de Racing.  Si pierde borramos ese hecho de la historia.  Saque una carta -

El tipo, confundido, nervioso y angustiado, dió vuelta un once de copas.  El otro tipo volteó un tres de oro.

-  Gané! - Gritó el tipo

-  Jugamos con cartas de truco.  O sea ... -

El tipo trató de recordar ese momento del 66, pero ya no estaba en su memoria.

-  Queda viejo y desvencijado y sin ilusiones futbolísticas.  Vamos con otra.  Mire ahí, cierre los ojos, su mochila.  Representa a todas sus pertenencias, todo lo que tiene, bastante poco,  pero algo es.  Y va a ofrecer su noviazgo con Andrea ¿Lo recuerda no? -

El tipo creyó sentir una lágrima cayendo desde sus ojos.  - ¿Doy vuelta?  -

-  No, me toca a mi .  Diez de copas -

-  Voy yo.  Diez de bastos, empatamos -

-  No, yo soy mano -  dijo el otro tipo.  Y frente a Él, un par de ojos de tristeza, se fueron desvaneciendo, hasta que la mirada quedó perdida en un  punto fijo.

.El juego siguió con manifiestas desventajas para el tipo, pero ¿Quién podía cuestionar las reglas del juego?  Pasó la memoria, la pierna, el brazo...

-  Vamos terminando, creo que no le fue tan mal, la mayoría no vuelve, se necesita por lo menos ganar una mano.  Si gana esta, vuelve, si pierde, se queda acá como una planta, vaya eligiendo maceta, je

-  ¿Qué queda?  Ya lo di todo -

-  Aún está en juego su desnudez.  Física y espiritual.  Su indefensión. Por algo es la última, digamos que sin este atributo es muy poco probable que pueda sobrevivir por ahí -

-  ¿Qué pongo en juego? - preguntó el tipo, totalmente exhausto.

-  La vida de Eugenio, su amigo ¿no? -

-  Si -

-  Juegue - Se escuchó decir al otro tipo

-  Seis de espadas.  Le toca a Ud. -

El otro tipo levantó la carta, la puso nuevamente en el mazo y guardó esté en un cajón.  -  No hay más juego.  Ud no merece volver -

El tipo comenzó a ver toda su vida en breves instantes, y se quedó con una imagen de Euge sonriendo, y hasta creyó sentir la tibieza de la mano sobre lo  que creía era su hombro..  Todo comenzó a desvanecerse, el eco que todo lo envolvía, la claridad allá en el fondo, su conciencia y todo otro sentido.


Las luces azules del patrullero de la Ciudad, se reflejaban sobre el agua que corría como pequeños riachos junto a los cordones de la  calle.    La radio del vehículo no dejaba de sonar, con conversaciones que ninguno de los tres policías atendían.  Uno de ellos bajó un diario y tapó el cuerpo mutilado y sin vida que estaba a cinco metros de la confluencia de las dos avenidas.  Una ambulancia vendría a quitarlo de allí, y tres perros callejeros esperaban sobre una de las veredas.


Riqui de Ituzaingó


Comentarios

  1. Qué misterio la vida en este plano de existencia...muy bueno
    Leo

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  2. No tengo palabras para comentar tan trágico relato, la vida misma que se nos va sin darnos cuenta!
    Ana Lidia Pagani.

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