Siempre me llamaron la atención las fachadas de este tipo de supermercados, muy simples, casi una marca registrada. De paredes bien altas, pintadas siempre a un color nada estridente pero bien prolijitas. Sin carteles que señalen su nombre o su actividad, yo supongo uqe para ahorrar un manguito, total cuando ponen un chino, en seguida el barrio se entera. Y portones de varias hojas, con rejas por fuera, pero abiertas como para que uno pueda salir con las bosas y alguien que ayude, y nada más.
Entrando sobre la derecha, a veces estaba Yael, casi encerrado entre cajones que ofrecían tomates cherries y bananas de Ecuador, y una heladera de esas que tienen todo un vidrio empañado, donde guardan verduras frescas. A la tarde era un problema, nunca llegaba a las cinco como prometía el cartelito que le había hecho poner la china, y que era motivo suficiente de reclamo cada tarde. Cualquiera que fuese testigo, no entendería porqué no discutían en castellano, así le daban sentido a eso que se escuchaba y que nadie entendía, pero ellos sí. La china que gritaba en vaya a saber qué dialecto (quizás chino) y Él refunfuñaba y tiraba algunas voces más cercanas al Altiplano que a la General Paz.
- ¿Porqué no venís a las cinco que los clientes se cansan de esperarte y se van? -
- No me gusta trabajar en la verdulería y bueno, que se la banquen -
(Esa podría ser una traducción masomenos fiel de los diálogos de cada tarde)
Aquella tardecita, cuando caminaba hacia la avenida para atender el puesto en el chino, vió pegado sobre una columna de luz, un cartel que decía "CLASES DE DIBUJO Y PINTURA". Como no tenía cómo anotar, arrancó el pequeño cartel rosa desteñido y comenzó a caminar hacia la dirección que allí figuraba "DEL CAMPO 1131", a unos cuarenta minutos a paso vivo.
En las tardes que pasaba en el puesto del super, esperando que viniese algún cliente, miraba las marcas de los cajones de fruta, unos pintados directamente sobre la madera y otros con una etiqueta de papel pegada, en este caso con dibujos casi siempre de frutas, a color. Y con el mismo lápiz con el que anotaba las cuentas de lo que tenía que cobrar en cada venta, imitaba esas letras en los bordes de las hojas de diario con las que envolvía la verdura. Y cuando camino a su trabajo encontraba en las rejas de las casas, folletos de pizzerías o de destapaciones, impresos a un solo lado y pegados con una cinta de papel, los retiraba intentando no romperlos al despegar, y se los llevaba para dibujar, esas etiquetas, generalmente de manzanas. Yael no era lo que se diría un talento con el lápiz en la mano, pero Él estaba convencido que cuando fuese más grande, se ganaría su dinero dedicándose a pintar esos cajones Él mismo, en lugar se ser quién los recogía tres veces por semana y los acomodaba en las estanterías, inclinados para que los puedan ver bien los clientes
Pensó también que si le iba muy bien con esto de los carteles, podría poner Él su propia verdulería, ya que en un par de años, su hermano menor, necesitaría un lugar para trabajar y así ayudar a la economía de la familia.
A las 17.20 estaba frente al 1131 de la calle Del Campo, un chalé grande, construído casi en el fondo de un terreno, que tenía los pastos muy descuidados, largos, pero no de que hacía mucho que no se cortaban, sino con partes quemadas, otras cortados sin levantar, y el resto, largo, como sin importar demasiado. Golpeó las manos, una y otra vez, dos perros vinieron a ladrar aunque sin mucha convicción. Esperó.
- ¿Buscás al Aníbal? -
Yael le mostró el cartel que había arrancado de la columna de luz.
- ¿Qué dice? - dijo un chico, de unos once o doce años, que andaba en una bicicleta bastante oxidada por lo que se podía ver.
- Quiero dibujar -
- Ahh, pero no va a poder ser, el Anibal se volvió loco -
- ¿Qué le pasó? -
- Parece que lo picó una araña, le puso veneno y se chifló -
- Uyy, que lástima, yo quería dibujar. Hoy no fui a trabajar para venir acá -
- ¿Adónde trabajás? -
- En la verdulería de un tío -
- Yo te puedo enseñar, yo voy a ser mejor que el Aníbal. Vení a casa y te muestro, tengo un cuaderno - dijo el chico
- Ahora no, tengo que ir rápido al puesto, se van a enojar, y son como treinta cuadras de acá -
- Subí, te llevo -
La bicicleta parecía haber sido de mujer, sin caño que cruzara desde el asiento hasta la horquilla, pero tenía tantos arreglos, o por lo menos soldaduras a la vista, que sumado al color óxido que le brotaba por doquier, no podía asegurarse de qué modelo se trataba. Yael si bien no era gordo era un peso no previsto para el conductor, que para cumplir con su oferta, andaba directamente parado sobre los pedales, como para darle un poco mas de fuerza a la cosa.
- Dale derecho hasta la avenida, y ahí doblá a la derecha - Indicó el pasajero - Espero no se haya hecho muy tarde, así no tengo que aguantar los gritos de la china -
Llegaron a la avenida y al ver autos estacionados decidieron hacer las dos cuadras que faltaban por la vereda como para que no los chocase un auto. Hicieron una cuadra y al pararse en la esquina Yael dijo - Pará, ahí está la camioneta de mi tío. Estoy en problemas -
El otro chico se bajó de la bicicleta y preguntó - ¿Te va a retar? -
- Seguro que si, cada vez que viene es porque hay algún lío -
- Bueno, quedate acá, voy a ver. ¿Cómo te llamás? -
- Yael -
Se subió nuevamente a la bicicleta, cruzó la calle y encaró por la vereda hacia el supermercado.
El ambiente estaba medio complicado según se desprendía del volumen de los gritos de la china y los ademanes del Tío. El otro chico sin bajarse de la bicicleta lo llamó al Tío,
- Oiga, ¿Usté es el tío de Yael? -
La china se calló, el hombre se dió vuelta y dijo: - ¿Dónde está? -
- Por ahí. Parece que lo picó una araña, le puso veneno y se chifló -
- ¿Está loco, y vos cómo sabés? -
- Eso me dijo mi papá. Yo vi la araña, era muy grande -
El Tío se quitó la campera y se puso a acomodar los cajones, esos que sacaba a la vereda y que siempre cuando no se atendía, los metían adentro del super.
- Oiga, ¿ Va a necesitar alguien que le atienda? -
El Tío lo miró y le dijo - ¿Conocés a alguien? -
- Yo puedo venir -
- Pero sos muy chico -
- Parezco de diez pero voy a cumplir dieciseis. Mi papá tiene una verdulería y yo muchas veces la atiendo, y sino mi hermano. ¿ Quiere que me quede? - Y agarró uno de los cajones de frutillas y lo sacó a la vereda, ayudando al Tío
- Venite mañana a las 9.00 y hablamos. ¿Cómo te llamás? -
- Jonatan -
El otro chico, saludó al Tío, agarró su bicicleta y se volvió hacia la esquina. A la vuelta estaba Yael esperando novedades
- ¿Cómo te fue? - preguntó Yael
- Te quiere matar!, yo traté de calmarlo y le dije que vos querías pedirle disculpas, pero no hay caso. Por unos días no vayas, a lo mejor más adelante se le pasa -
- Está bien. ¿Me vas a mostrar lo que dibujás? -
- Si, mañana, ahora tengo que comprar pan que me había pedido mi mamá. Uyyy perdí la plata, mi mamá me mata!. ¿No tenés un cien? Mañana cuando venís a mi casa .... -
Yael tomó la calle lateral para no pasar por la puerta del supermercado, y se fue caminando a su casa, pensando que a lo mejor en unos días ya podía volver a trabajar. Y no le iba a decir nada a su mamá, para que no se enoje, tenía que pensar algo en el camino. Metió su mano en el bolsillo, dinero ya no le quedaba, solamente un panfleto arrancado de una columna de luz que decía CLASES DE DIBUJO Y PINTURA. Hizo un bollito y lo tiró por ahi
Riqui de Ituzaingó
NO ENTENDO!!!
ResponderBorrarESO ES LO QUE DICEN LOS CHINOS...
ANA LIDIA PAGANI.
Me quedé con ganas de seguir la historia!
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