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El Vasco - 6. Azucena

 - Che, me parece que esto no para más. La veo difícil la jornada de pesca - Germán, sentado detrás del conductor habló mirando a Pedro y José Antonio, esperando un gesto de aprobación.

-  Resultó ser un flojito Don Germán.  Lo tenía un hombre que no se dejaba asustar por dos gotas que caen.  Además si llueve fuerte se pica el río.  Por lo menos nos tenemos que traer un dorado! jajaja -  Ezequiel, el menor de los cuatro, trataba de sostener el ánimo del grupo, que si bien no era preocupante, no era el de un par de días de cortar con la rutina de la vida del pueblo.

El golpeteo de las gomas del limpiaparabrisas se mezclaba con las ráfagas de viento y lluvia que pegaban sobre la camioneta, que cada vez iba más lento, para poder leer el  cartel que indicaba la calle que los llevaría a la cabaña de Azucena, a menos de cien metros del río.  Todo se complicaba  aún más porque los últimos veinte minutos vieron volver a la noche que ya se había despedido, sin importarle que el tablero de la chata lo negara con un rojo 09.16.

- ¿Me pasé? -  preguntó el conductor

-  Ni la más puta idea -  Contestó Pedro

-  Poné el GPS - Germán en voz baja, mejor dicho en desganada voz

-  Saabés que no tengo la dirección, vengo de memoria. -

-  Ahhh bueno, menos mal que acá en la cabina tengo el termo lleno y medio quilo de bizcochitos.  Podemos sobrevivir calculo que unas doce horas -  José Antonio, irónico, hizo casi su primer aporte desde que salieron del pueblo.

-  Y vos José ¿Qué le das letra a estos dos cosos de atrás? ¿Alguna vez nos perdimos? -

-  Pará, tenés la YPF a la derecha.  Estamos cerca -

-  Bueno a pedido del público, paramos hasta que afloje la lluvia, y de paso pueden pishar y fumarse un pucho -

-  Creo que ninguno de los cuatro fumamos -  Germán tratando de cambiar la onda.

-  Bué, lo único que falta es que también me digan que ninguno de los cuatro pisha - Finalmente hubo risas generales y la camioneta gris se metió debajo del techo de chapa que cubre a los surtidores.

Ver la tormenta desde afuera de la cabina era otra cosa.  Ahora el sonido de las gotas pegándole fuerte a las chapas, le daban  un marco especial a la escena, incierto, pero como para los cuatro era una oportunidad única de despejarse un poco del trajín diario, también la escena tenía su encanto.  Entraron rápido para evitar mojarse esos tres o cuatro metros que debían atravesar hasta llegar al salón bar/quisco/proveduría/baños.  

-  Tomemos un par de cafés, está aflojando la lluvia -  Ezequiel, el primero en entrar, mientras señalaba una mesa.  En realidad no había mucho para elegir.  Una de tres

-  Si, ya está aclarando nuevamente.  Se oscureció para joder nomás - dijo Germán

Se les acercó un hombre de masomenos la edad de ellos -  ¿Café para cuatro? -

-  Si Usted lo dice ... -  Respondió José Antonio mirando a sus compañeros

-  ¿ Y  para dónde van? -  Preguntó el bolichero

-  A la cabaña de Azucena, pero estamos medio desorientados -

-  Ah, a lo de Azucena -  Se dió media vuelta y se fue seguramente por esos cuatro cafés.

- ¿Dije algo malo? - Germán con cara de no entiendo.

Los tres hicieron el  mismo gesto con la cara, apretando levemente los labios y moviendo apenas las cejas.  Un gestomuy ambiguo por cierto, pero que se usa en ocasiones como esta.

Un muchacho de unos 16 o 17 años acercó el pedido a la  mesa.  Una bandeja de esas redondas de acero inoxidable.  Los cuatro cafés con sus cucharitas y una azucarera de esas que se vuelcan y en cada tiro endulzan lo que el fabricante consideró suficiente para estas situaciones

-  Son setecientos.  Les cobro -  Dijo el muchachito

Germán sacó de la billeera uno de mil y dijo -  Parece que mejor volvemos a la ruta -

-  Disculpame -  Dijo Ezequiel -  El otro señor,  ... -

- ¿El Carlos? Tuvo que salir. Me dijo que les cobrara.  Ahh, y que les diga que se cuiden. -   Dejó los trescientos sobre la mesa y se perdió por detrás del mostrador

-  Vamosnos! Ya casi no llueve -  Pedro se acomodó la gorra y encaró para la puerta, de esas de dos hojas vaivén.  Afuera, un camión con acoplado se acomodaba sobre el surtidor que estaba más cerca de la ruta, y con un bocinazo se hizo presente, esperando que alguno lo atendiera en el playón, sin nadie a la vista.  Los cuatro amigos, subieron a la chata, se calzaron los cinturones y en silencio vieron cómo El Cabezón movía unos metros el vehículo, casi hasta la entrada de la ruta, deteniéndolo con el motor en marcha.  Ya no llovía, y bajó la radio que había vuelto a escucharse al cesar la escandalosa tormenta de hacía un rato.

-  Alguien que me explique -  Dijo, mientras se daba vuelta para ver a los tres-

-  Esperá ¿vos la conocés? digo a esta mujer - Preguntó Germán

-  No  pero el Jorge, el cuñado de Mónica, la del Club me recomendó el lugar, viene cada tanto.  Es  más, Él hizo la reserva -

-  O sea, no la conocés -  Dijo Germán.

-  Tampoco es que nos vamos a internar en un convento de Monjes! - Respondió Germán.  

-  Mi teoría es que este tal Carlos es el ex marido y entonces como se pelearon mal y ella le metió una denuncia y todo eso, entonces el tipo quiere espantarle la clientela -  José Antonio hizo el primer aporte a esta cuestión.  Germán paró el motor y dijo:

-  Muy uinteresante! ¿Algún otro aporte? -

-  La mujer esta maneja la droga de toda esta parte de la provincia, así como la ven una humilde señora que vive del alquiler de su cabaña, maneja más plata que el Bingo de Reconquista.  Ojo! -  Germán  ya con otro humor, muy diferente al de un par de horas atrás, sumó su teoría, esperando ganar votos en una supuesta votación, si la hubiese.

-  Azucena no existe -  Pedro, casi sin levantar la voz, sentenció esa frase, generando expectativa entre la pequeña  audiencia, pero a decir verdad, fué lo único que se le ocurrió decir.

-  No existe.  Bien ¿Entonces? -  Preguntó el conductor designado.

-  Algo me huele mal -  fue la respuesta.  -  No tengo más que decir -

-  Yo  me reservo la opinión, aún no me queda claro.  Sigamos.  Ya no llueve y creo que no falta mucho para la entrada -  Dijo Ezquiel, mientras le daba nuevamente arranque a la camioneta.

-  Hay algo que no entiendo -  Dijo Pedro.  -  Vos viniste un par de veces según nos dijiste,  conocés el camino, pero no conocés a Azucena.  Explicame. -

-  Vine un par de veces, pero nunca pasé la noche acá, siempre me volví de tarde -

Las ruedas delanteras pisaron nuevamente el asfalto de la ruta, un  poco patinando por el barro que iban dejando los camiones que hacían escala en la YPF.  El cielo estaba completamente cubierto de nubes grises no muy claras, las que presagiaban un fin de semana con mal tiempo sobre el río.  Tampoco había viento, ya no soplaba, y con él se habían escapado las posibilidades inmediatas de cambiar esta cuestión del clima.

Unos cinco kilómetros adelante se veía el cartel de madera que indicaba que a unos 1000 metros a la derecha estaba el muelle de pesca sobre el río.  Y ahí nomás debería verse la cabaña de Azucena, también indicada en un trozo de madera por debajo del otro.  La camioneta se metió en un verdadero lodazal, que no preocupó a los pasajeros, ya que la chata estaba preparada para caminos aún más difíciles.  Los tres que acompañaban a Ezequiel pensaron también que sería bueno que el conductor estuviese a la altura de las circunstancias.   Y si bien no hubo momentos de zozobra, las diez cuadras demandaron más de quince minutos.

-  Señor Ezequiel, ¿Usted está habilitado por la autoridad nacional para conducir sobre el barro?  -  José Antonio comentó, despertando risas entre los pasajeros de los asientos de atrás.

-  Vos hacé chistes, y te vas a volver caminando.  ¿Algún problema con la conducción? -

-  Problemas lo que se dicen problemas, en absoluto, pero no te veo muy ducho como para correr el Rallý de la Provincia.  Vos  estás más para la vuelta ´el perro por el pueblo los domingos. -

Entre risas llegaron a la costa y girando río abajo, Ezequiel señaló -  Es ahí -  

Un terreno de unos mil metros, con alambre de línea a su alrededor.  Con el pasto prolijamente cortado, o por lo menos era lo que podía verse entre los tantos charcos que la reciente lluvia dejó.  La tranquera estaba abierta, y Ezequiel metió la chata, parándola entre la cabaña de troncos y la casa de material, supuestamente, la vivienda de Azucena.  La puerta de chapa blanca se abrió y una mujer jóven, de unos treinta años, se aomó, y preguntó:

-  ¿Ezequiel? -

-  Si,   y vos debés ser Azucena, ¿no? -

-  Vengan.  Esta es la cabaña.  Tienen ropa de cama, frazadas, toallas.  Las estufas están en piloto, son dos.  Mañana a las ocho les dejo el desayuno.  Espero la pasen bien.  Recuerden que mañana antes de las seis de la tarde, dejan la cabaña.  Les cobro ahora  ¿puede ser? -

Ezequiel, sacó de un morral un atadito de billetes de mil, sujetados con una bandita elástica.  -  Servite.  ¿Azucena? -

La mujer jóven, tomó el dinero, le quitó la mirada, y dejándo la llave sobre la mesa, se fue.

-  No me pareció mala onda, digo, pero como evitando el díalogo ¿no? -  preguntó Germán.

-  Y si, queseyó.  A lo mejor tuvo un mal día -  constestó José Antonio.

Bajaro las cosas de la camioneta.  Las cañas, las  cajas de pesca, dos heladeritas de camping, un bolso marinero, y el equipo de mate.  Hubo una inspección a la cabaña, parecía todo en orden, limpia y bien cuidada.  En un rincón, un pequeño sillón junto a una lámpara de pie y una biblioteca baja, de no más de tres estantes.  José Antonio se acercó, miró por arriba los lomos de los libros y se detuvo en uno.  Lo tomó y leyó en voz baja el título:  Mis tardes con Azucena.  Lo volvió a dejar dónde estaba, y sin hacer comentario alguno se unió nuevamente al grupo.

El día seguía feo, con pronóstico de lluvia en cualquier momento.  Pero poco importaba.  Los amigos prepararon todo el equipete y marcharon rumbo al pequeño muelle, con Pedro con su nueva caña a la cabeza, sin disimular su emoción, expresada con una sonrisa, inusual para aquellos que lo trataban a diario.  Todos con camperas y gorros para protegerse del agua, que pasada la una, se hizo presente, en forma de intermitente llovizna.  

-  Por lo que veo ninguno tiene intenciones de comer, los veo muy ensimismados pescando,  mejor  dicho, esperando pescar algo.  ¿Les parece voy a buscar unos sánguches y caliento el agua del mate? -  

-  Dale -

José Antonio, el que menos ganas de mojarse tenía, levantó el mojarrero, y se fue directo a la cabaña.  Se quitó el gorro de lluvia, la campera y se arrimó a la pequeña biblioteca.  Tomó nuevamente el libro, y leyó la conratapa:

" Los primeros Vascos que llegaron al sur de la actual Provincia de Buenos Aires, se encontraron con la hostil bienvenida de los últimos indios querandíes.  Ante la imposibilidad  de echar raíces en esa zona, deciden emigrar a la zona del sur del Chaco, hoy territorio de Santa Fe.  El lider  de la oleada del País Vasco de entonces, lleva como su mujer a Muléni, una india muy cercana al cacique que regenteaba ese último pueblo nativo.  Ella fue bautizada como Azucena, y fué la madre de los hijos del Vasco, primer inmigrante de ese país en afincarse en la zona de Santa Fé.  Este libro cuenta los días en los que un enviado del cacique querandí terminó con la vida de Azucena, un pilar fundamental en el asentamiento en la zona de la inmigración Vasca".

José Antonio dejó el libro y caminó los quince metros hasta la casa de material de quien administraba la cabaña.  Golpeó la puerta y salió una mujer aún más jóven que quién los había recibido por la mañana.

-  Hola.  Quería saber si ustedes no pueden prepararnos una cena, porque el tiempo está muy malo, y hasta ahora no hemos pescado nada.  No veo lugares dónde poder comprar algo por la zona. -  Mientras hablaba, muy lento , trataba de ver hacía adentro de la casa, sin demasiado éxito, aunque pudo escuchar, a lo lejos, la voz de dos mujeres hablando.

-  Nosotras no damos de comer, solamente, el desayuno.  Por la ruta, unos kilómetros adelante, tienen una parrilla -

-  Ahh bueno. Es que me habían dicho que Azucena ..-

-  No - La puerta se cerró de golpe, y la jóven dió por terminada la charla.   Dos postigones se cerraron de inmediato, dando a entender que era mejor abandonar la investigación.

La jornada de pesca no fue muy buena, aunque los ejemplares que se pescaron fueron la cena de esa noche.  Pedro ya no era el que se había subido a  la chata en el pueblo, estaba feliz y más de una vez le agradeció con un abrazo a Germán por su amistad y esas cosas que se dicen en esos momentos.  Germán se la pasó durmiendo, aún con la caña en la mano y a pesar de la intermitente llovizna que parecía no registrar.  Ezequiel, el más avezado, fue el que consiguió la cena, con tres buenos ejemplares de vaya a saber qué tipo de pescado. José Antonio, se quedó callado toda  la tarde, y apenas hizo algún comentario durante la cena.  Decidieron dormir temprano para poder madrugar y esperar que mejorara el tiempo ese domingo y estar en el río apenas amaneciera.  Pero al apagar las luces, los truenos se empezaron a hace presentes en el lugar, anunciando una  nueva noche de lluvias.  El viento en ráfagas también acompañó, y alguno de los postigones de la cabaña comenzó a moverse con fuerza.  José Antonio, el único que parecía afectado por la tormenta, permanecía despierto.  Se levantó y fue hacía la zona de la biblioteca, y el viento hizo que la ventana a su derecha se abriera de par en par.  Se quedó mirando y escuchando hacia el parque, donde la tormenta ya era reina.  Un resplandor tenue se hizo visible a su mirada, y entre los truenos y el aullido del viento colándose por entre las hendijas, escuchó una voz de mujer que le hablaba...

- Váyanse de acá.  Déjenme en paz.  No quiero saber del Vasco ni de nadie de su pueblo. -

El resplandor de a poco fue atenuendose hasta desaparecer, y el viento cambió de dirección, cerrando una  de las hojas del postigón.  José Antonio cerró la otra y volvió a poner la traba.


Al amancer del domingo los amigos cargaron la chata y pegaron la retirada.  Un par de zorzales cantaban una despedida.  Y el sol, ya se vislumbraba, pleno, luego de una noche de perros

-  Qué lástima que nos tenemos que ir.  Les pido disculpas muchachos.  Miren el  día hermoso que viene. -  José Antonio en voz baja y tapado con una manta, dijo, visiblemente mal de salud.

-  Lo importante es que te vea un médico ahora mismo, estás que volás de fiebre -  Ezequiel encaró los mil metros de barro con el aplomo de alguien aocostumbrado a andar en terrenos complicados  por el agua.

La camioneta de Ezequiel rápidamente llegó a a ruta.   El agua caída y el viento hicieron caer el poste que indicaba la posición del muelle, y también el cartel de la Cabaña de Azucena, que ya no se veía, tapado por el barro.

Continuará


Riqui de Ituzaingó


Comentarios

  1. Ah bueno el fantasma de Azucena se hizo presente hora a esperar como sigue, si se le aparece en otro lado o si José Antonio vuelve a la cabaña a develar el misterio 🥺 Ana Lidia Pagani

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  2. Esperando..... Azucenaaaa!! Contestará?

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  3. Inquietante!!! Espero el próximo capítulo!

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