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Otra historia más de Navidad (y van ...)

Cuando bajabadel colectivo, antes de subir al andén de la estación, compraba el diario.  Si tenía suerte de conseguir sentarse en el local de las 8.05, lo leía todo en esa horita que le demandaba llegar a Once.  Todo quería decir la página de atrás, la de las tiras, los chistes, y las citas que estaban al pie de esa página.  La anteúltima se leía a continuación.  Horóscopo, pronóstico el tiempo y hasta los arribos y partidas de los aviones en el Aeropuerto de Ezeiza.  Crucigrama o el juego que hubiese, se dejaba para el horario del almuerzo en la oficina. Los avisos fúnebres los pasaba rápido, había escuchado que solamente se miraban cuando se moría algún conocido.  Familiar, vecino, alguien del trabajo, y por simple curiosidad miraba quién saludaba al difunto.  Siguiendo la lógica de leer de atrás hacia adelante, se pasaban las hojas que tenían esos avisos grandes de las compañias, y los que anunciaban los remates, todo muy alejado del mundo de aquellos que tomaban el tren cada mañana 8.05 para ganarse el mango dignamente.  Se detenía brevemente en la página de los burros, sólo para ver si encontraba algún nombre divertido.  Y si bien la mayoría estaban en inglés  Red ligth,  Iron legs, Wonder horse, siempre ahí aparecía un Bala de plata, Tirabuzón, o Gran titán.  Y las estaciones pasaban, y también Deportes, Espectáculos y Economía.  Casi nunca llegaba a leer notas de Internacional o Política local, apenas los titulares, porque ya la gente que se paraba y empezaba a moverse hacia adelante para bajar corriendo a tomar el colectivo o el subte, se lo impedía.

Pero el viaje de vuelta, más tranquilo a no ser que hubiese habido un accidente, permitía leer sin apuros el suplemento de avisos clasificados.  Sin dudas era la parte que más le interesaba del diario.  El estar bien informado implicaba saber el costo del alquiler de un dos ambientes en Caballito, el valor de un Taunus 80 o los pedidos de empleados administrativos con orientación contable en el microcentro.

Algo le llamó la atención, buscó en su bolsillo la birome azul y marcó "BUSCO AL POSEEDOR DEL BOLETO Nro 27072 DE LA LÍNEA 34.  LLAMAR AL TELÉFONO 45- 59..."

Ya en su casa de Castelar, mientras esperaba que se cocinaran los churrascos, levantó el teléfono, marcó el número que tenía en  la agenda de tapas de cuerina negra, y..

-  ¿Hola Tío?  Soy Rubén -

-  Rubén querido, qué sorpresa escucharte.  ¿Pasó algo? -

-  No, no, estamos bien.  ¿Cómo anda tu salud?  Me contó no hace mucho Mary que no andabas bien de la presión y esas cosas -

-  Mirá, los años no vienen solos y los achaque vienen para quedarse.  Pero bueno, la seguimos peleando.  Pero decime Rubencito, no creo que me hayas llamado para ver cómo ando el bobo, ¿no? -

-  Ja ja, sos terrible Tío!.  Tenés razón.  Alguna vez , cuando era chico me habías mostrado una carpeta llena de hojas con boletos de colectivo pegados.  ¿La seguís teniendo? -

-  Por supuesto que si, Durante muchos años jumté boletos capicúa, que son los boletos cuyo número se lee igual de derecha a izquierda que de izquierda a derecha.  ¿Porqué me preguntás? -

-  Curiosidad.  Hoy leí en el diario un aviso y me acordé de tu carpeta. -

-  Ahhh, quén bien.  Veni a visitarme y te muestro esa y te cuento unas cuantas historias de los boletos -

-  El sábado a la mañana voy a tomar unos mates.  Te llevo medialunas. -

-  Te esperoi querido.  Mandale un beso grande a la Mary. -

Miguel vivía desde hace por lo menos cincuenta  años, en una casa de Floresta, de esas de ambientes grandes, pisos de pinotea, herrajes de bronce, y la galería tipica de esas casas, que sobre el lateral del terreno, comunicaba a lamayoría de  los ambientes.  Amigo de la infancia de Toto, el padre de Rubén, fue siempre el Tío de todos, rol que le encantaba, y al no haber formado familia nunca, adoptó como propia la de su amigo.   Siempre ligado a las empresas de colectivos, empezó como chofer, fue inspector y terminó comprando una parte del interno 47 de la línea 80, que hizo que al jubilarse tuviese un buen pasar, sin sobresaltos.

Ese sábado tomaron mate juntos, comieron factura que llevó Rubén, y recordaron una canción que cantaban siempre  "Arre arre arre caballito, arre que tenemos que llegar..."

- Cuando me jubilé, me puse a ordenar un poco todo, tenía un ropero lleno de las cosas que juntaba.  Los boletos de colectivo y de tren, los terminé tirando.  Casí dos bolsas llenas saqué a la calle -  Miuel contaba mientras se levantaba de la silla de la cocina, para ir a buscar el álbum de los capicúas.

-  ¿Y para qué los juntabas? -  preguntó Rubén, mientras pasaba el repasador por la masa para quitar las migas que quedaban

-  Decían que si juntabas un millón de boletos, los  podías cambiar por una silla de ruedas.  Pero la verdad es que nunca llegué al millón, y tampoco tuve la certeza de que eso fuese cierto -

Miguel apoyó el álbum de cuerina sobre la mesa, y comenzó a pasar las hojas

-  Están ordenados por línea de colectivos, y a su vez, dentro de cada línea, por orden de menor a mayor -

Rubén fue directo a la hoja que contenía la línea 34, y revisó los números pegados.  Cada uno tenía en  lápiz escrito el número por debajo, como solián tener los álbunes de figuritas.

-  Tío, acá está marcado el 27072 con restos de pegamento, pero no está.  ¿Porqué lo sacaste? -

-  No recuerdo, pasó mucho tiempo y muchas veces se despegaban los boletos y se perdían -

Miguel se levantó, tomó la pava y el mate y le dijo a su sobrino -  Hacemos otra tanda de mates, así terminamos esas facturas que quedaron en el paquete.  Están fantásticas! -

Rubén dejó por un momento de prestarle atención a los boletos, mientras escuchaba de boca de su Tío

-  Contame de tus días.  ¿Cómo te va en el trabajo?  ¿Tenés novia?  Una vez conocí a una chica que llevaste a un cumpleaños, no recuerdo de quién, pero después ...-  Y la charla siguió, todo lo que duró el agua dentro de la segunda pava de la mañana.  Se dieron un beso y prometieron no dejar pasar tanto tiempo para estar un rato juntos otra vez.

Cuando Rubé llegó a su casa, fue directo al pasillo donde estaba la mesita del teléfono y a su lado la pila de los diarios que cada vez era más  alta.  Buscó los clasificados, y ahí estaba el aviso marcado con la Bic azul.  Levantó el tubo y marcó 49 59 35.  Se escuchó sonar del otro lado.

-  Hable!

-  Buenas tardes.  Llamaba por el aviso. -

-  ¿Aviso? -

-  Si, si, el del boleto capicúa -  Aclaró Rubén

-  Ahhh.  Ese aviso lo puso mi mamá.  Pero ella no está.  si vuelve a llamar a la nochecita la va a encontrar. ¿Quiere que le diga algo? -

-  No gracias.  Me vuelvo a comunicar -

Los días previos a la Navidad eran especiales en Castelar.  La gente salía de sus casas teniendo la ilusión de cruzarse con algún vecino y charlar de cómo cada uno mantenía viva la tradición de la mesa Navideña, y los regalos para  los más chiquitos, y el infaltable " después de las doce te espero por casa para que vengas a brindar con nosotros ".  Y resistiendo al paso del tiempo, todavía podían verse esas mesas largas armadas en la vereda, con los vecinos de la cuadra, con la ausencia de rigor del viejo ese cascarrabias, y la amarga de la  Susana, que así le va en la vida

Rubén ese sábado hizo en bici la recorrida de cada previa, saludando amigos y de pasada trayendo algunos cuetes para después de las doce del domingo.  Cañitas voladoras, ametralladoras y estrellitas para los más chicos.  Ya a la tardecita cuando bajaba el sol que picaba como nunca, dejó la bici en el fondo, se dió un baño, y mientras ponía la pava en el fuego, ojeó los clasificados hasta encontrar el aviso.  Discó otra vez 49 59 35.  Del otro lado comenzó a sonar

-  ¿Quién habla? -

-  Buenas tardes señora, llamaba por el aviso -

Del otro lado se escuchó el silencio.

-  Señora, ¿Me escucha? -

-  Si.  Vos llamabas por el boleto .... -

-  Me llamó la atención el aviso.  Yo  no tengo el boleto, pero me parece que debe ser algo importante para usted. -  Rubén se veía venir la cortada de la llamada y cambió el tono -  Espere espere, ante todo le pido disculpas si me meto donde no me llaman,  Mi nombre es Rubén García, soy de Castelar, y tengo un presentimiento, ¿Me quiere contar porqué busca ese boleto? -

-  No hace mucho perdí la cartera, se me cayó al bajar del colectivo y no la pude recuperar.  Ahí dentro tenía todas mis cosas, entre ellas el monedero y una libretita con la cédula.  Y estaba ese boleto, el  capicúa, que me acompaña desde hace más de cuarenta años.  Con la cartera, se fué una parte de mis recuerdos -

-  Creo entenderla.  Y como le dije, presiento algo.  Ojalá la pueda ayudar -

-  Gracias, ¿Rubén? -

-  Si, Rubén García.  - 

La mañana del 24 arrancó con una llovizna, que era un mal presagio para aquellos que querían sacar las mesas afuera para la cena de Nochebueba, pero por otro lado, venía a traer un poco de frescura a estos días de un calor de locos.  Tempranito Rubén se tomó el tren  con rumbo a Floresta.  Golpeó la puerta con el llamador ese de bronce que tenía.

-  Rubén querido, qué raro vos por acá.  ¿Te olvidaste algo cuando viniste? -

-  ¿Puedo pasar?  Quería hablar algo con vos. -

-  Si por supuesto. - Entraron y fueron directamente a la cocina.  -  Acabo de tomar mate ¿Querés tomar algo, un café? -

-  No, no.  Quería que me cuentes la verdad -

-  ¿La verdad, de que estás hablando?   -

-  Del boleto ese capicúa que faltaba en tu álbum -

Miguel se quedó mirándolo, tomó una de las sillas de paja y se sentó frente a Rubén.

-  Sos terrible como tu padre! -  Le dijo con una sonrisa.  Y siguió -  Hace muchos años, ya no quiero recordar cuántos, yo tenía una novia, Marcela, la única mjuer que amé con toda mi alma.  Un día me dijo que su papá estaba muy enfermo y que tenía que ir a acompañarlo, Él vivía en Tucumán.  Me pidió que fuese con ella.  Yo no pude, tenía que dejar muchas cosas acá, el negocio me había costado mucho esfuerzo para que empezara a funcionar.  Fui con Marcela hasta su casa en Colegiales, y cuando subimos al colectivo, uno de los boletos era capicuá, el 27072.  Vos sabés que los boletos capicúa traen buenos presagios y uno siempre pide un deseo que tarde o temrano se cumplirá.  Juntos en ese momento pedimos que pase  lo que pase en nuestras vidas, siempre estemos juntos.  Marcela llevó el 27072, y yo me quedé con el anterior, el 27071.  Muchos años más tarde cuando me puse a juntar estos boletos mágicos, dejé el  lugar preparado para el boleto que, tenía la ilusión que alguna vez volviese -

-  Pero Tío, yo vi restos de pegamento en ese lugar -

-  Yo pegué el mío, esperando poder reemplazarlo alguna vez.  Y no hace mucho, me di cuenta que ese  instante vivía solamente en mi ilusión, pero que jamás sucedería.  Lo quité y lo tiré por ahí.  -

El rostro de Miguel había perdido esa sonrisa que lo caracterizaba, y una mueca de tristeza alertó a Rubén, quién de inmediato reaccionó y dijo -  Bueno, bueno, al final Usted se da por vencido muy rápido, lo tenía como un hombre que la peleaba!  Se me cayó un ídolo! -  Lo que provocó la risa del Tío.

-  Me tengo que ir, hoy a las ocho te quiero listo, y te paso a buscar, así pasamos la Nochebuena con la Mary y toda la familia.  Lo único que te pido son dos cosas -

-  Si querido, decime -

-  Vos sabés cómo te quiere Mary.  ¿No le  comprás un ramo de flores acá en el puesto de la avenida?  Es el mejor regalo que podés hacerle -

-  Encantado!  Me dijiste dos cosas -

-  Ponete la mejor pilcha que tengas, si puede ser saco y corbata mejor.  Hoy es un día especial para todos -

-  Uyy, que se yó.  Tengo el traje azul que me pongo cuando hay algún casamiento o velorio.  No se si estará en condiciones -

-  Va a estarlo.  Nos vemos luego -

Le dió un beso y fue corriendo hasta la estación de Floresta para pegar la vuelta  rápido.  No quedaba mucho tiemo.

Domingo, y encima 24 de diciembre, la frecuencia de los trenes era poca, y tardó más de una hora y media en llegar a su casa.  Le dió un beso a Mary, que lo paró con un -   ¿En qué andás corazón?   No vengás con cosas raras, pasemos las Fiestas en paz! -

Le regaló una sonrisa y fue directamente al teléfono.  Marcó 49 59 35.  Ocupado.  Se quedó parado un ratito (diez segundos), y volvió a marcar.  Ocupado.  Llamó por lo menos nueve veces, en menos de dos minutos.  A la décima vez, comenzó a sonar.

-  Hola, quería hablar con Marcela -

-  ¿Quién habla? -  respodieron del otro lado

-  Soy Rubén, yo estuve hablando con ella por el tema del aviso -

-  Mirá, ella no está, se fue a lo de las primas, yo calculo que vendrá a la tardecita para acá.  ¿Le digo algo? -

A Rubén le comenzó a latir el corazón fuertemente -  Dejale un saludo, y en otro momento la llamo. -

Se fue a su pieza y del placar sacó una agenda que había armado con una carpeta negra a ganchos.  Buscó  Pereyra Natalio, y volvió al teléfono-

-  Hola, ¿Hablo con la casa de Natalio? -

-  Si ¿Quién sos? -

-  Soy García, compañero de la secundaria de Natalio. ¿Usted es la mamá? -

-  Si, soy Analía.  ¿Cómo estás querido?  Cuánto hace que no sabía nada de vos, ya casi no se juntan.  ¿Querías hablar con Natalio? -

-  No, le quería pedir un favor.  Me acuerdo que Usted trabajaba en EnTel -

-  Me jubilé hace unos cuantos años -

-  ¿No tenía una guía ordenada por los números y uno podía ver nombre y dirección? -

-  Claro, había pocas de esas, por ahí la debo tener, no la uso nunca -

-  ¿Me puede buscar un número? -

-  Llamame mañana y te lo busco que ahora estoy cocinando -

- Analía, lo necesito ahora, después le explico -

-  Bueno, esperame en  línea -

No pasó ni un minuto y ..

-  Tuviste suerte, la tenía en el cajón que pensaba.  Decime

- 49 59 35 -

-  A ver, en qué andarás vos! -

-  Después le cuento, le va a gustar la historia -

-  49 59 35.  Marcela Mizari.  Larrea 459 1 E.

-  Gracias! Un beso grande y Feliz Navidad -

Ocho menos cuarto el Fitito de Santiago llegaba a Floresta.  Como solía pasar, Miguel hacía rato estaba listo esperando detrás de la ventana.  Dos bocinazos, Miguel que sale y le mete llave a esa enorme puerta de dos hojas de madera.

-  Subí adelante, asi no arrugás el traje -, le dijo Rubén.  -  Antes de ir a casa tenemos que pasar a buscar un regalo -  Y enfilaron por Rivadavia antes de que el reloj diera las ocho.

Pararon el auto en el 457 de Larrea.  -  Tío, tenés que bajar sino yo no puedo bajar.  Y de paso acompañame -

Tocaron el 1 E en el portero eléctrico, y una voz metálica de mujer se oyó " ¿Quien es? " 

-  Soy Rubén el del aviso.  Le traigo el boleto ¿Puede bajar? -

-  Voy! -

Rubén casi en  puntas de pie comenzó a irse hacia el auto.  Miguel estaba frente a la puerta de vidrio del edificio con un impecable traje azul, corbata celeste y un ramo de crisantemos naranja y blanco. Se escuchó el ruido de abrir y cerrar las puertas tijera del ascensor, y al abrirse la puerta de vidrio del edificio, por unos instantes se detuvo el tiempo, y la magia del universo  colmó de encanto el lugar

-  Felíz Nochebuena! -  escucharon desde el Fitito que arrancaba con uno menos.

-  Rubén, ¿Estás seguro que lo dejamos al Tío acá?

- Vos, Fumá! -

Había una ausencia pronunciada de auts en la calle, y pegaron la vuelta rápido para tomar nuevamente Rivadavia, y tratar de estar en Castelar antes de las nueve.

Riqui de Ituzaingó (hoy en  modo peli de Navidad)

Comentarios

  1. Como estamos con los recuerdos de amores!!!

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  2. Hermoso!!! gracias por este ratito de felicidad

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  3. Yo no sé de dónde sacas esas ideas en tu cabeza pero son hermosas, me encantan tus historias!!!
    Ana Lidia Pagani.

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