Cada semana, los miércoles o jueves, Juan, el diariero, hacía la recorrida con su bicicleta por esa zona del barrio. Ahí en lo de Marcos dejaba el Billiken y no lo verían pasar hasta el domingo cuando revoleaba en varias de las casas de la cuadra, el pesado diario del domingo, con sus suplementos y revista incluída. Yo no sé si en otros lugares pasaría lo mismo, pero pagarle a Juan era un problema. Todo empezaba con poder pescarlo. Había que estar atento para escuchar el " Diaaaariioooo" y salir corriendo, aunque la mayoría de las veces ya había pasado y sin Cristo que lo hiciese pegar la vuelta. Uno se preguntaría ¿y porqué no ibas a pagar al puesto y listo? La respuesta es sencilla: No sabíamos cuál es el puesto. En charlas ocasionales de vecinos, siempre estaba el que afirmaba que el puesto era el de la calle del colectivo, frente al mercadito. Algo totalmente incomprobale. Primero que existiera el puesto y en ese caso, que allí atiendiese Juan. De todas formas, era un tema que no preocupaba en demasía. porque cuando uno decidía pagar, se levantaba temprano y lo esperaba en la vereda. Y si bien la espera no podía calcularse, era una buena oportunidad para enterarse de las últimas novedades barriales y porqué no, aprovechar para comentar sobre esos vecinos que siempre son un problema. Ahora bien, allá a dos cuadras se lo veía venir a Juan, revoleando diarios con una precisión de un tenista, y al vernos haciéndole señas, nos dejaba para lo úlimo. Dando una voltereta a nuestro alrededor, paraba su bici y extiendía el soporte ese de caño que la sostendría y la dejaría parada para que no se caigan los diarios y las revistas.
- Buenas, le cobro siete domingos y cinco Billiken. Son un mil quini ...
Y ahí estaba la cuestión. El registro de lo entregado y lo pagado estaba en un cuaderno que llevaba en el bolsillo de su delantal de cuerina, ahí donde también guaradaba la billetera y vaya a saber qué otra cosa más. Nunca nadie vió lo que en ese cuaderno se anotaba. Es más, según el testimonio de Don Alfonso, nunca anotó nada. Una mañana de domingo, en la esquina de la panadería, esbozó su teoría: - Ese cuaderno es de veinticuatro hojas, o sea cuarenta y ocho carillas. Para anotar debería usar media carilla para cada cliente, porque yo calculo que debe andar cerca de los cien. Mire acá nomás, en estas dos cuadras, tiene ocho que le compran. Fijese, que desde la avenida hasta la canchita, y desde la calle de tierra hasta la escuela, llega a cien sin quitarse el sombrero. ¿Cuántos domingos puede anotar en media carilla?¿Veinte, treinta, ciencuenta como mucho? Un año, pongamosle. Yo hago memoria, ¿Cuándo se murió el ferretero? Abril del 68, Hace cuatro años. Ahí tiene. El Juan empezó a venir cuando cerraron la ferretería. Y siempre con el mismo cuaderno. ¿Ve que tengo razón? No anota, no anota. Y ustedes le siguen creyendo. Qué barbaridad! - Los vecinos que ahí estaban, asintieron con la cabeza sin demasiado entusiasmo. Es que casi todos dudaban de la certeza de las cuentas que hacía Juan, pero confiaban en que un diario de más cobraría, esa es su ganancia.
Ese miércoles Marcos esperaba ansioso la llegada de la revista, que la semana anterior había anunciado "Construí tu propio barco". Si bien nunca fue un experto en las manualidades en el colegio, el Billiken era otra cosa, y quizás fuese una buena oportunidad para tener con qué jugar en las zanjas, en vez de los barquitos que le hacía su abuelo con las hojas del Crónica. Pero tuvo que ser jueves, tal vez fue la lluvia lo que retrasó el recorrido de Juan el diariero.
Al llegar del colegio fue directo a la pieza a buscar la revista que siempre le dejaban sobre la cama. Y ahí estaba, con una pequeña bolsita de náilon con una semillas.
- ¿Y el barco? - preguntó preocupado.
- A ver ... - Su abuelo tomó la revista y en la segunda hoja, estaban las instrucciones para "Construí tu propio barco". - Acá dice cómo hacerlo. Es fácil.
- ¿Cómo hacemos abuelo?
- En el sobre de náilon, vienen unas semillas de un árbol llamado Acacia. Te buscás una lata de aceite, le ponés tierra negra, y entre ella, las semillas hasta que alguna prenda. Un poquito de agua todos los días, cuidarla del frío, que le de el sol de la tarde. Y cuando empiece a crecer el arbolito, le ponés una caña como tutor, y la cuidás, le das cariño. Y el día que supere el metro de altura, la pasamos a la tierra.
- Pero Abuelo, yo no quiero plantar un árbol, quiero un barco para jugar.
- Lo tendrás, con el tiempo. Nada se consigue sin esfuerzo y paciencia.
A Marcos no le convenció mucho la idea. En su cara había desilusión. Pero como lo quería mucho a Carlos, su Abuelo, decidió encarar la construcción de su barco.
Los días fueron pasando, y cuando las zanjas se convertían en ríos de lluvia, los barquitos de Marcos siguieron navegando río abajo, a la espera que algún día, la flota incorporara su nave insignia de madera de Acacia. Hasta tenía el nombre pensado: Libertad, como la fragata. Entretanto, mientras el verado de ese ´72 se terminaba, el árbol de Marcos ya estaba listo para que creciera en el suelo. Don Carlos eligió prolijamente una de las esquinas de la casa, que fue marcada con un pedazo de caña que estaba tirada por ahí. La elección precisa del lugar fue motivo de una larga charla, o mejor dicho un monólogo del abuelo, convenciendo al jóven constructor de barcos, que no había mejor sitio que ese. Yo creo que más allá del contenido de las palabras de los abuelos, lo importante es transmitir esa mística que le dan a sus dichos, baños de sapiencia y sabiduría.
Con el tiempo, el Billiken dejó de venir, lo reemplazaron por la Goles. El abuelo también dejó de venir, ya estaba muy vejo y prefería quedarse a leer en el escritorio de su casa de Devoto. En cambio la Acacia siguió creciendo, mucho más que Marcos.
Ese ocho de diciembre, como era tradición, se armaba el arbolito en la casa de Devoto, donde siempre pasaban Nochebuena y Navidad. Don Carlos preguntó:
- Marcos, ¿qué le pediste a Papá Noel?
- Le pedí el equipo de arquero de Santoro. El buzo, los guantes y las rodilleras.
- Qué bueno, y ¿Papá Noel sabe la medida que necesitás?
- No sé, sino que le pregunte a mamá.
Los dos se rieron mientras iban desenvolviendo los adornos del arbolito, que se guardaban en un cajón de manzana.
- ¿Y vos abuelo, que le pediste?
- Papá Noel no le trae regalos a los viejos. A lo sumo unas medias o una caja de pañuelos. Tengo hasta el día que me muera.
- ¿Y qué te gustaría?
- ¿Qué me gustaría?. Mmmmm, ya sé! Un barquito de madera. Si, si. Eso me gustaría.
Ese sábado, no se jugaba a la pelota porque había llovido mucho, y la cancha era un lodazal. Las tormentas, especialmente la del día miércoles, había sido brava. El viento sopló a rabiar por la madrugada, y por todos lados había ramas caídas, y más de una cortó cables de luz en el barrio. La Acacia no fue la excepción, y muchas ramas chicas y no tanto estaban desparramadas por el fondo de la casa. Marcos eligió las más derechitas, y las trajo a la galería. Con un cuchillo del cajón de la cocina, les fué quitando las ramitas con hojas, y las traicioneras espinas, las que no pudo evitar que dos o tres lastimaran sus expertas manos de carpintero. Cortó varias, pensando que la medida podía ser una caja de zapatos, porque allí la llevaría cuando estuviese terminada. Las pegó prolijamente una al lado de la otra con Plasticola, y cuando estuvo seca la base, reforzó con unos tronquitos sobre las puntas, para que no se quiebre. Llenó la palangana con agua y apoyó los tronquitos pegados. Flotaba!
Llevó todo al galponcito, donde guardaba la bicicleta, y se quedó pensando cómo seguir. Todas las ramas que habían quedado en el piso luego de la tormenta, las apiló sobre la medianera; quizás tendría que usarlas.
El fin de semana siguiente, se puso a terminarlo. Ya sabía cómo. De una rama grande que se cayó, quitó la corteza, y con ella fue moldeando los cuatro bordes de la embarcación. El mástil de la vela era lo más difícil de colocar, pero lo terminó resolviendo al ponerle plastilina en la base y unos cuantos hilos que lo sostenían de los bordes, como si fueran los tiros de un barrilete, La vela fue un pedazo de sábana rota, que siempre se guardaba en casa. Faltaba el nombre. Escribirlo en un papel o cartón no servía, con el agua no duraría nada. Pero recordó haber visto en el cumpleaños de su amigo Juan José, una Sylvaletra, una rotuladora que hacían la propaganda por televisión, la que había comprado su padre. Allá fue a lo de Juan José, y sin mucho esfuerzo consiguió el cartel de plástico naranja con el texto LIBERTAD.
Llegaron las doce, y luego de los besos y el brindis, todos se fueron hacia los regalos. Mucha ropa, libros, juegos de mesa y para el final dejaron el regalo de Don Carlos. Una caja de zapatos envuelta en papel barrilete azul. Sin tapa, porque el regalo era alto y no dejaba que cierre. Marcos se la entregó al abuelo. - Parece que a Papá Noel se le terminaron las medias! - . El abuelo tenía la expresión de los chicos cuando reciben su primera pelota de futbol. Rompió el papel, como corresponde y, con todo cuidado sacó de la caja a LIBERTAD. Hubo un silencio casi reverente y levantándolo como si fuese la copa de un Campeón del Mundo dijo a todos: - Feliz Navidad!- Sin dejar su regalo tomó su bastón y le dijo a su nieto: - Vamos. Hay que hacerlo nacer.
Con cara de asombro, Marcos siguió a su abuelo hacia el jardín. Llegaron a la pileta de lona y ahí Don Carlos dijo: - Ponelo sobre el agua despacio, y dale su primer empujoncito, para que salga a navegar.
LIBERTAD comenzó despacio su viaje de bautismo ante la fascinante mirada de Don Carlos y Marcos.
Arriba, en el cielo, fuegos artificiales iluminaban la escena.
- Hay una vieja tradición que siempre me contaba mi padrino José. Decía que en su pueblo, cerca del mar, los pescadores botaban por primera vez sus barcazas las noches de Navidad. Era un buen augurio, que los protegería de vientos y tormentas ....
Una ráfaga de explosiones en el cielo de esa noche interrumpió el relato, que seguramente, se retomaría en una próxima visita a la casa de Devoto
Riqui de Ituzaingó
Ay que linda historia, me encantó, gracias por compartir tus imaginarios relatos 🥰🤗💞👏
ResponderBorrarAna Lidia Pagani
Qué linda historia Ric! Me trae muchos recuerdos de ntra niñez ¿Qué diferente que era no?
ResponderBorrarAbrazo