Conocí un tipo que se ufanaba de leer los claros y oscuros que delinea la luna, en las noches en las que se muestra seductoramente blanca y plena. Es raro porque no soy hombre de andar cruzando palabras con cualquier fulano que se me sienta al lado, pero en este caso fuí yo el que se acercó, y ante la imposibilidad de pedirle fuego (ultimamente no fumo), no tuve mejor idea que plantearle: - Oiga, ¿sabe de alguien que pueda hablarme de otra cosa que no sea el dólar o la final de la Libertadores?.
Y el tipo, sin mirarme, me planteó: - Consígase un sánguche de jamón y queso, desde ayer que no como, no me pregunte porqué, no es tiempo de andar dando explicaciones, pero con algo de comida en el estómago quizás pueda contarle de la luna que tendremos mañana y quizás pasado...
No tuve opciones, tampoco tenía otra cosa que hacer, así que mientras caminaba las dos cuadras y media hasta la panadería La Espiga de Oro traté de hacer una foto del tipo este, a ver si quizás lo hubiese conocido antes, o por lo menos saber de dónde había aparecido. Tenía un gabán oscuro, de un color no muy definido, y si bien no tengo muy en claro a qué se denomina gabán, no pude asociar esa prenda con ninguna otra palabra, así que me conformé con ella. Pantalones y zapatos marrones, algo prolijos, no demasiado. Manos que se frotaban para alejar el frío, ese que yo no sentía, pero bueno, no voy a cuestionar lo que siente cada uno. Y bigotes, canosos, y largos, en sintonía con su pelo, que me hacían recordar a cómo se dibujaban los hombres grandes, de mi edad, en las revistas de historietas de los años setenta. Definitivamente no conocía al tipo, pero me inventé un perfil, cerca de los sesenta años, soltero o separado, no viudo, solitario y no por decisión propia, estudioso o en todo caso buen lector, y con cierta predisposición al embuste y/o chamuyo. Así y todo, con esta conclusión, pedí un especial de jamón y queso cargado, y para mi. dos de miga de pan negro con crudo y tomate.
Cualquiera que pasara por delante nuestro, no se imaginaría que estábamos improvisando una pic nic en un banco de la plaza San Martín. Pensaría que había dos desconocidos sentado en el mismo banco, comiendo y esperando que pasase el tiempo. Quizás hubiesen tenido razón, pero en realidad yo esperaba que comenzara a hablarme, ¿lo haría?
- La luna siempre está moviéndose - arrancó el tipo - y yo ví que su luz va trazando y coloreando todo aquello que está ahí abajo, esperándola con ansia. Cada segundo una nueva imagen se sucederá y dejará en las retinas de aquellos que sepan ver, caminos que no son otra cosa que mensajes.
No entendía bien hacia dónde quería llevarme con su relato, pero ocupé mi boca con otro pedazo de sánguche, y le di pie para que continuara
- He conocido gente que sabía oir cómo la luz de la luna raspaba sobre las hojas de los árboles, y supe de uno que decía haberle hablado con ella en más de una oportunidad en noches de plenitud, en la inmensidad de un campo recién arado. Pero lo mío es sencillo, me siento, espero, percibo de los objetos clareados y también de sus sombras y comprendo un nuevo mensaje. A veces surgen cosas banales, por cierto, una vez pude ver que las calandrías volarían más alto que años anteriores, o como no hace mucho, pude saber que alguien apostaría a favor de una pronta sudestada. Yo sigo mirando y esperando, y la luna cada tanto me regala los mensajes esperados. Y tengo la certeza que la luna de mañana y quizás pasado, tendrá algo importante que decirme
No pude contenerme, y sin mayores miramientos le dije, casi como si estuviésemos manteniendo una viva charla, no un monólogo escueto: - ¿y qué cosas importantes pudo escucharle decir a la luna, qué puede contarme al respecto?
El tipo me miró por primera vez, hizo un bollito con el papel del sánguche, lo revoleó por ahí, y parándose me dijo: - Yo no hablo de mis cuestiones privadas.
Y se fué
Riqui de Ituzaingó
Muy bueno y entretenido
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