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Unos días con Elsa (última parte)

-  Sabés que eso de que no conocías Rosario, y todo lo del restorán, con la chica que nos trajo la cena y lo del balcón, me suena medio raro, estoy empezando a no creerte nada -
-  Tenés dos opciones, o me crees o no, pero más allá de todo, la pasamos bien, ¿ no? -
-  Por supuesto que si, pasa que me desconcertás -

La autopista Rosario-Santa Fé estaba bastante cargada de camiones y de autos.  Seguramente la hora no ayudaba, ya promediaba la mañana.  Se salió tarde a la ruta, luego de una noche más larga de lo habitual.
El sol estaba a pleno, pero no molestaba, era agradable llevando las ventanillas bajas.  Elsa se había calzado sus lentes negros y Julio achinaba un poco los ojos, para hacer frente al aire santafesino que le daba medio de costado sobre su cara.  El cielo era de un celeste espléndido -  Con este cielo es una picardía estar bajo el techo de un camión -  Julio disfrutaba del momento que estaba viviendo, de su decisión de haber salido a la vida, luego de recibir el certificado de Viejo (como Él decía irónicamente), y no podía llevar sus pensamientos más allá de unos pocos minutos adelante, quería que todo lo sorprendiese.
-  Vos sabés que antes de llegar a Santa Fé, hay un lugar por donde sé llegar al río, que es muy lindo, no es un camping, se entra por una tranquera y ahí nomás hay un monte que llega a la costa, podemos parar y  de paso comemos algo -
-  Me gusta la idea, pero vamos a tener que parar a comprar algo por ahí -
-  Sauce viejo - dijo Elsa  - En el pueblo compramos algo de pasada y seguimos, porque la entrada es cerca, incluso podemos ir por adentro, sin volver a la ruta -
-  ¿Estamos lejos? -
-  A una hora masomenos -
La radio era un ruido que casi ni molestaba.  Julio comenzó a sintonizar buscando alguna estación local que pasara algo de música.  La Negra Sosa se metió con ellos en el camión y los hizo primero tararear y luego cantar "cambia, todo cambia".  Cantaron, rieron juntos y celebraron el viaje, ahora con nuevo rumbo a Sauce viejo.

El cartel verde anunciaba que ya estaban llegando, y Elsa buscó la YPF para doblar hacia la derecha, la única referencia que recordaba.  Un gran lomo de burro y un semáforo que titilaba en amarillo, anunciaba que el ritmo debía ser otro.  La estación de servicio se veía a unos trescientos metros, y en la cuadra anterior, una pizarra invitaba a comprar en el mercadito "San Antonio".
-  Paremos ahí, la banquina es grande, y vemos qué compramos -
Un negocio grande que con el correr del tiempo se había convertido en un mercadito, y el diminutivo estaba bien aplicado porque, lo amplio que podía ser una bicicletería o un almacén allí, quedaba chico cuando se comenzaban a alinear estanterías con  los productos de almacén y limpieza, y ni que hablar si se le quiere anexar carnicería y verdulería, como en este caso.  De pasillos angostos, que hacían sentir al cliente dentro de un laberinto de marcas de mermeladas y de papel higiénico, era atendido por los López. Juan, el padre de la familia detrás del mostrador de la carnicería, Juana, su esposa, en la caja cobrando, ayudada por Candela, la menor de los López, que ultimamente la reemplazaba más de una tarde.  Y Adrían y Sebastián, se ocupaban de la camioneta, reponer mercadería, y dar una mano en lo que se necesitase.
Elsa y Julio entraron con la idea de comprar algo de fiambre, que lo cortaba también Juan con la máquina que tenía detrás de la heladera mostrador.
-  MIrá, hamburguesas caseras ¿habrá en el camión una parrillita? - preguntó Julio
-  Hay, no se en qué condiciones -
-  Está bien entonces, ya tenemos menú, falta comprar pan y alguna cosa en la verdulería para ponerle -
-  A mi me gusta carne y pan, nomás -
-  Así será entones -
Compraron cuatro, la misma cantidad de figasitas, y de pasada, tomaron de la heladera una Coca Light de 1.50 lts
- Tres noventa todo -  les dijo la señora de la caja
-Sirvase.  Una pregunta, queremos ir al monte que baja al río, por acá adentro, sin salir a la ruta, ¿cómo vamos? -
-  En la segunda, doblan a la izquierda, y a unas cuadras se hace huella.  Por ahí se chocan el alambrado.  Si lo bordean van a encontrar una tranquera, pero ojo que por lo que me dijeron los chicos, le pusieron cadena -
-  Gracias -
Subieron al camión y comenzaron a seguir las indicaciones de la señora Juana del mercadito.  Sauce viejo es una pequeña ciudad que está entre la autopista a Santa Fé y el Río Coronda, en el corazón de la provincia.  Se destaca por la belleza de su costa y la tranquilidad de sus tardes, algo raro al estar tan cerca de una ciudad capital como Santa Fé.  Pasando el casco urbano se llegaba al monte que buscaban para el pic nic del día
-  Es acá, dejemos el camión y vamos para el río -
-  Está cerrado, como nos dijo la señora del mercadito -
-  Hay que saltar, o ¿Ud que es jubilado ya no puede hacerlo? jeje -
-  Yo te sigo, pero ... -
-  ¿Pero qué? -
-  Nada - dijo Julio - ¿qué me puede pasar qur no haya venido a buscar en este viaje? -
Treparon la tranquera de una hoja sola y se metieron por el camino que  estaba marcado entre los yuyos, el que en un momento doblaba hacia la izquierda, y ellos siguiendo el sonido del río, siguieron derecho, menos de cien metros, hasta ver una hermosa postal de la pampa santafesina
-  Ahhh, pero qué lindo lugar! -
-  Viste, yo no te llevo a cualquier parte, esto es poesía pura! -
Se sentaron sobre una piedra a un metro del agua, y abrazados, se quedaron mirando el río, y los pájaros no paraban de cruzar de una costa hacia la otra, chillando, y quizas avisando a las otras aves que hoy había visitas.  El cielo, celeste muy fuerte, coloreaba las aguas de este río que bajaba hacia el Paraná, sin apuro, como si estuviese palpitando una siesta.  A lo lejos, sobre la derecha, se podía ver a la altura del pueblo propiamente dicho, algunos botes y alguna construcción sobre la costa, pero estaban lo suficientemente lejos como para que no hubiese más sonidos que los naturalmente regalan estos parajes.

- Oiga buen hombre, yo me quedaría todo el día mirando el río, pero como que me está agarrando hambre.  ¿Y si activa un poco? -
-  Aunque no me creas, estuve viendo dónde hacer el fuego, y vi que allá en dirección a ese árbol, hay un lugar con tierra.  Me llevo un par de estas piedras y arranco con el fuego.  Vos quedate acá, que yo voy a buscar leña, porque no se si te diste cuenta que carbón no compramos.  ¿O tenías en el camión? -
-  No -
-  Bueno, esperame -  Y se metió en dirección al norte, dentro del pequeño monte de vaya a saber qué especie arbórea, desconocida para los protagonistas de este cuento, y también para el que lo escribe.

-  Oiga ¿Qué hace acá? -
Dos hombres con un perro y una escopeta, aparecieron de la nada y encararon a Elsa, que seguía sentada sobre la piedra
-  Nada - Fue su respuesta.  Lo primero que se le ocurrió decir, sorprendida por la inesperada irrupción, y también por estar con la cabeza más cerca de dilucidar el perfume del viento que de andar dando explicaciones a desconocidos.
-  Esto es propiedad privada, no puede estar acá -
-  No estoy haciendo nada malo, simplemente estoy mirando el río -
- En el pueblo es el mismo río, hubiese ido allá -
-  Ok, ¿Y qué me van a hacer? ¿Me van a matar? -
-  La vamos a llevar con la policía -
-  Yo de acá no me muevo -
Detrás de los hombres, unos metros hacia el monte, se escuchó la voz de Julio
-  ¿Qué está pasando acá? -
Los hombres se dieron vuelta hacia Julio y el mayor, preguntó 
- ¿Y usted quién carajo es? ¿Está con la mujer? -
-  Eso mismo me pregunto yo. Dos hombres armados y con un perro. Váyanse de acá ya mismo! -
-  Así que salió valiente el hombre - Dijo el mayor de los dos y dejó caer la correa del perro, que de inmediato se fue contra Julio.  Y julio hizo lo único que se le ocurrió, y lo que estaba a su alcance:  Con las ramas que traía en su mano izquierda pudo parar el tarascón que tenía destino fijo en una pierna, y con la otra, le agarró una pata y se la dobló hasta que el perro empezó a llorar del dolor.  Lo soltó, y se fue
-  Y ahora ¿Qué van a hacer? Nos van a tirar un escopetazo? -
-  Los dos hombres se miraron, un tanto desconcertados, y el menor de ellos dijo:  -  Los vamos a retener aquí hasta que venga la Policía - Sacó un teléfono celular, e hizo una llamada
- " Soy Argañaraz de la Estancia Margaritas, tenemos dos intrusos que violaron nuestra propiedad ¿Se pueden hacer cargo? ..... Ajá, pasame con el Comi ...  Que tal Señor, como le decía al oficial, tenemos dos intrusos ... -  Julio mientras, no dejaba de protestar a los gritos y pedía hablar con el Comisario -  No sabe quién soy yo! - y sacó la otra tarjeta que le había quedado de la imprenta.  Insistía, hasta que del otro lado del teléfono, le pidieron al guardia, que lo pusieran al habla
-  Buenas tardes, Julio Garrido, representante de Unicef Argentina, estamos en misión para nominar al Comisario Valdez de Venado Tuerto, no se si lo conoce... -
Si, si, lo conozco -
-  Estamos yendo hacia Santa Fe a pasar el informe y a cerrar su nominación al Padrinazgo de un Hogar Refugio.  Y paramos a comer unos sandwiches, acá tengo mi tarjeta, y puede llamar a Valdez ya mismo si quiere ... -
- Páseme con Argañaraz -
Julio entregó el teléfono y en breve, el hombre cortó y les  dijo:  - Esta vez zafaron, pero no los quiero ver más por acá, la próxima los llenamos de plomo de escopeta -  Y se fueron por la costa hacia el norte

Levantaron los bártulos y se volvieron al camión.
-  ¿Dónde aprendiste a controlar un perro? -
-  Cuando era chico, el novio de mi hermana me enseñó esta técnica -
-  Ahhh, se ve que es algo que lo practicaste más de una vez -
-  La primera vez es esta.  Por lo visto funciona! -  Elsa se tapó la cara y Julio se mató de risa.
-  En el pueblo debe haber algún camping frente al río, vamos allá y hacemos las hamburguesas -

Subieron al camión.  Sobre el asiento del conductor, el teléfono de Elsa tenía tres llamadas perdidas.
-  La puta madre! -  Fue su primera reacción.
-  ¿Qué pasa?  -
- Tengo tres llamadas de Marina, una vecina que ayuda a mi vieja, que vive sola y está grande
Elsa llamó por teléfono, fue breve en la llamada, y volvió con su peor cara
-  Se cayó mi vieja y se rompió la cadera, está internada.  Tengo que volver -
-  Uhhh, ¿es muy grande? - preguntó Julio
-  85.  Está re bien! Pero bueno, son esas cosas de los viejos -
Se sentaron en el camión, ambos sabían cómo seguía la cosa.  Se miraron.
Elsa tomó la iniciativa : - Julio, ´qué vas a hacer? -
-  Es lo que quise hacer toda mi vida, o por lo menos, los últimos años de ella.  Disculpame -
-  Me hubiese encantado que sigamos juntos haciendo los pueblos de Santa Fé, y compartiendo cosas juntos, pero.. -
-  Pero nada.  La vida nos puso juntos un día, y seguramente nos dará otra oportunidad -
-  Si, seguramente.  Te llevo hasta Santa Fe -
-  Dale  -

La terminal de micros, estaba atestada de gente y de autos.  Elsa paró el camión en una de  las dársenas donde paran  los  micros, dispuesta a que la reten por meterse en un lugar prohibido.  Qué importaba! 
Se dieron un abrazo; los hombros de Julio se humedecieron con las lágrimas de Elsa, y sin decir palabra, Julio se bajó y se fue hasta la primer boletería

-  Buenas  tardes, necesito un boleto para el primer micro que salga -
- A Vera -
-  Ok -
-  Ochocientos veinte -

A diez o quince metros había un bar.  Julio fue a ver qué había para comer.   Mucho sánguche.
La radio tapaba el alto bochinche que como en todos los bares de Terminal se escucha, entre los pasajeros, los pocillos de café y el altavoz que anunciaba la salida de los diferentes micros.  Por sus parlantes, se escuchaba una vieja canción que Julio recordaba de su adolescencia  (hagan click sobre el link y suban  el volumen)

 El micro a Vera estaba lleno, afortunadamente, Julio había comprado un boleto con asiento asignado, el 9A.  Ese asiento tenía dos bolsas con paquetes
-  Me disculpa, tengo  ese asiento -  Fueron las palabras de Julio
-  Lo tengo ocupado porque no tengo dónde llevar las  bolsas.  Búsquese otro asiento -
-  Está lleno el micro, tengo que sentarme acá -
La mujer, más grande que Julio, no atinó a mover nada, y puso cara de No tengo otra opción, lo lamento
Julio retiró las dos bolsas y las puso sobre su falda.  El micro cerró sus puertas, y enfiló nuevamente para la ruta


¿Continuará?



Riqui de Ituzaingó










Comentarios

  1. Bueno bueno....y que va a hacer a Vera? El Citroen lo va a buscar o lo deja ahí en el taller? Este Julio es medio picaflor, a ver si se engancha con la mujer del micro!!!!
    Ana Lidia Pagani.

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  2. Lindo viaje para leer y saborear! Con la inocencia y la ternura que florece a veces...
    a lo mejor resulta bien!

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