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Pergamino

1. m. Piel de la res, limpia del vellón o del pelo, raída, adobada y estirada, que sirve para escribir en ella, para forrar libros o para otros usos.



2. m. Título o documento escrito en pergamino.




Los últimos años en la fábrica habían sido de cambios; durante décadas, la producción había funcionado bien, con ventas sostenidas y clientes fieles, pero como pasó con otros rubros, nuevas tecnologías fueron convirtiéndose en desafíos primero y en necesidad de aggiornarse después, ya que no incorporar los cambios, significaría la desaparición del negocio.

Allí trabajaba Jaime, un morochito menudo de pelo más largo que el resto de sus compañeros, oriundo de Tucumán.  Había llegado acompañando a su madre y a sus dos hermanos menores,  con la necesidad de ayudar a la subsistencia de la familia. A sus quince años consiguió empleo, por recomendación de un compadre de Matilde, su madre.
Arrancó como todo el mundo, sirviendo los jarros de mate cocido a los operarios, treinta y pico por entonces, y pasando el lampazo con querosene y aserrín, cuantas veces se parara de trabajar en el día, no menos de tres.  Su parquedad hizo que no pudiese alcanzar puestos de jerarquía en la fábrica, como capataz o Jefe de Planta, pero sí aprendió con el correr de los años todas las tareas de rutina que se aplicaban en una línea de producción:  Doblar, soldar, cromar, pintar, y en los últimos años era el encargado del control de calidad de todo lo que allí se fabricaba.
El taller, porque en definitiva era eso,  se convirtió para Jaime en el lugar más importante de su vida, recibía un buen trato de sus compañeros, a pesar de las pocas palabras que decía, solamente las necesarias para pedir o entregar algo relacionado con sus tareas.  Los dueños, los hermanos Padilla, habían depositado en Él toda su confianza, y si bien no le daban puestos de relevancia, siempre le ofrecieron una paga acorde y un trato cordial.
La cosa con su familia no fue muy llevadera, su madre se involucró siempre con tipos complicados, el que no era ladrón, era vago, y el único que tenía un trabajo masomenos estable, le pegaba.  Por eso la palabra hogar no tenía para Él el sentido que para todos, cada tardecita al volver, había un problema nuevo, con sus hermanos, con su madre y también con algún nuevo inquilino que Matilde traía, como la solución a todos sus problemas.  Con el correr de los años, fueron cambiando de casa, pasaron por pensiones en el centro, alguna piecita en la provincia, o lo que la suerte les deparara.  En cierta ocasión se fué Marcelo, el más chico, juntándose con la madre de su hijo; más adelante José, que había entrado en la Policía y lo destinaron del interior.  Y su madre, un día estaba y otros dos no, hasta que una vez, dejó una nota anunciando que se volvía a Tucumán.  Como era esperable, los dueños de la fábrica, en su momento le ofrecieron mudarse a la casa del casero, el día que murió Alcides, portero, sereno y quién se ocupaba del mantenimiento  de las cosas corrientes, luz, gas y alguna cosita de albañilería no muy complicada.  Pero su muerte, y la caída de las ventas, hicieron prescindir del puesto de casero, y ese pequeño departamentito que estaba atrás del galpón, fue ofrecido a Jaime.



-  Che Jaime, cuándo nos vas a presentar a tu novia?  La tenés bien guardadita, ehhh -

Ese tema era recurrente cuando en las ruedas de mate, se hacía mención a Él, a su soltería y a lo poco que sabían de su vida; la ida de sus hermanos, de su madre y no mucho más.  Y ante esa pregunta o similar, que no era muy frecuente, Él siempre respondía con una sonrisa, medio de compromiso, y en el fondo un poco triste, y elocuente, como para que no hiciesen falta más preguntas.



-  Jaime, mañana al mediodía, ¿Qué tenés que hacer?  Hago asado en casa, te aviso cuando esté listo y te venís, total tenés que cruzar el patio nomás -  Uno de los socios que había armado su casa en el lote contiguo a la fábrica, le hizo el convite, sabiendo que no habría peros, era la persona con la que más se comunicaba Jaime, más allá de las cuestiones propias del trabajo de cada día.

-  Si, Don Aguirre, y si quiere voy y lo ayudo con lo que haga falta -
-  Vos venite cuando quieras, pero sos mi invitado.  Nada de trabajar -

No hizo falta el llamado, pasadas las diez de la mañana, Jaime ya merodeaba el patio, y al ver el gesto de Aguirre, se acercó a la parrilla del fondo, con un paquete de bizcochos.
- Le preparo el mate, traje para acompañar -  Estaba todo listo como para arrancar sobre el tablón que hacía de mesada al lado del fogón, mate limpio, bombilla, paquete de yerba y una tacita con azúcar.  
- Te viniste empilchado ehh.  Yo acostumbrado a verte siempre con la ropa azul de trabajo, casi que ni te reconozco -
Jaime sonrió y arrimó el primer mate de la mañana
-  Siempre quise preguntarte, ¿a vos te gusta Elida, la de la oficina, no? -  Mientras luchaba con el inicio del fuego, que no quería encender, Aguirre fue directo al grano
-  Es linda pero no se va a fijar en mi -
-  ¿Vos decís?  No te creas.  Yo que vos la invito al cine o a comer; apurate antes que se vaya -
-  ¿Se va de la fábrica? - Preguntó Jaime
-  Mandó el telegrama esta semana, creo que se va al norte, escuché que tiene una tía que la quiere mucho y que no anda bien de salud -
Cerca del mediodía, sonó el timbre, era el hijo de Aguirre, con su mujer y dos nenas.  Empezó el alboroto en la casa, pusieron música, las nenas hicieron reír al abuelo, y hasta una dijo que quería ser amiga de Jaime, el que por primera vez se sentía cómodo en familia.

El martes luego de fichar, se fue a la oficina, lo recibió Edith, la empleada más vieja de la fábrica, ya a punto de jubilarse
-  Hola ¿qué necesitabas? - fue el recibimiento
-  Tengo que ir al médico, ¿cómo hago? - preguntó, mientras miraba el escritorio vacío de Élida -
-  Te doy esta cartilla, fijate el médico que querés y pedís un turno por teléfono, o me decís a mi o a Élida y nosotros te lo pedimos -
- Bueno -
-  Élida hoy no vino, digo por si querías verla -
- No,no, está bien -
-  Se fue a sacar el pasaje para irse ¿sabías que se va este domingo no? -
-  Me contó Aguirre -
-  El fin de semana le hacemos una despedida en el club ¿vas a venir?
-  No sabía, no sé..-
-  Vení, ella se va a poner contenta que vayamos todos, especialmente vos -
Edith abrió el cajón de su escritorio y sacó un folio y una lapicera -  Mirá le estamos escribiendo este pergamino entre todos para dárselo el sábado, en el club ¿porqué no le escribís algo? -
-  Es que yo no se escribir -
-  ¿Cómo que no? Recién anotaste algo en la cartilla -
-  No sé escribir estas cosas, nunca lo hice -
-  No te preocupes, yo le escribo algo lindo y le pongo tu nombre -
- Bueno -

El sábado en el club se hizo lechón a la parrilla, y como en todos los eventos Pablo el administrativo se adueñó del puesto de asador, cosa que hacía realmente bien.  Hubo guitarreada, alguno improvisó unos pasos de baile, y todo terminó con una torta que habían mandado los dueños para acompañar la sidra del brindis-
- "Hoy es un día especial porque estamos despidiendo a Élida, una compañera a la que todos queremos.  Pero estamos contentos por haberla conocido y haber compartido con ella todos estos años.  Queremos regalarle este pergamino que hemos firmado todos y el que se animó, le escribió alguna palabra para que se lleve de recuerdo" -  Hubo aplausos, alguna lágrima que se le escapó a la homenajeada, y besos para cada uno de los asistentes al evento.  Jaime fue uno de los últimos porque como siempre estaba un poco alejado de todo, pero recibió un Gracias acompañado de una sonrisa, lo más parecido a una caricia que podría recibir.  Ya a la tardecita, cuando Aldo enfundó la guitarra, todos arrancaron a irse, y la homenajeada pidió permiso y se fue rápido, para preparar todo, según sus dichos.  Jaime se fue tarareando una zamba, la última que había cantado el guitarrero.

El domingo, como siempre, se levantó temprano, pasó por la Iglesia, no a misa, sino a saludar a Jesucito, y luego fue a desayunar al bar.  Esa mañana había carrera de TC desde temprano.  Después iría a Lo de Julio, compraría algo para comer, como cada domingo, y como estaba soleado el día, posiblemente se quedaría en una de las mesitas de la vereda.
Y así fue, con el sol que da modorra volvió a tranco lento a su casa, el departamentito que ocupaba atrás del taller. Antes de entrar, un vecino, el del auto negro, lo para - Jaime, te vinieron a buscar -
-  ¿Quien? - preguntó con cara de siesta inminente
-  Una señora o señorita, no sé.  Vino en un taxi que se quedó a esperarla.  Me preguntó si sabía dónde encontrarte, y yo le dije que no.  Entonces escribió una nota para vos y me pidió que te la diera.  Yo no la leí, ehh -
Jaime entró a su casa, sacó una silla al patio, donde daba el sol, y comenzó a leer " Querido Jaime, hoy cuando estaba esperando el taxi para ir a la Terminal me puse a leer el pergamino que me regalaron anoche.  Me sorprendieron tus palabras, aunque en realidad las estaba esperando.  Le conocí la letra a Edith, se que te ayudó a escribirlas.  Yo cuando leas, ya estaré viajando a Tucumán, pero si alguna vez vas para allá, buscame, voy a estar trabajando en la confitería de la Estación de Tren.  Empiezo el miércoles. Te estaré esperando.  Un beso grande..."

La mañana del lunes no fue como siempre, Jaime, si bien llegó al taller siete menos cuarto, como cada día, no lo hizo vestido con la ropa de trabajo, sino con ropa de fin de semana.  Se quedó en la puerta de la oficina, junto al reloj de fichar, esperando que llegara...
-  Don Aguirre, quería hablarle..-
El hombre lo agarró de los hombros y le dijo - Jaime, creo imaginarme porqué me buscas, te espero al mediodía en mi casa y hablamos bien.  Ahhh, fue todo idea de Edith, ehhh, andá y agradecele, ella es la casamentera de la fábrica -


Riqui de Ituzaingo





Comentarios

  1. muy muy bueno, me quede con gusto a poco, jajaja

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  2. Hay que lindo.... Por que no seguis la historia? Pero también quiero saber que le pasó a Julio y su Citroen lleno de gallinas.
    Ana Lidia Pagani...

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