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El Tano Milano

El primer regalo que recuerdo haber recibido en Ituzaingó, fue un camión volcador Duravit, para  Reyes calculo que sería el año 67, pero después, según mi memoria, me regalaron mi primer bici, una de hombre, como correspondía, con el caño que atraviesa recto desde el manubrio hasta el asiento.  Azul noche, y con rueditas, y no muchos datos más tengo.
Calle de tierra la mía, mi pista de aprendizaje fue la vereda de casa, y el circuito era llegar hasta la esquina de la base y volver, con la dificultad que me  ofrecía la subidita entre mi vereda y la de los vecinos.  Creo que aprendí a manejarla rápido, y recuerdo una vez que casi llegando a Saladillo, me pegué flor de porrazo y me raspé todas las piernas.  Heridas de guerra.
Algunos años más tarde cambié de modelo porque me compraron una Legnano plegable color azul eléctrico, la que ya me hacía jugar en las Ligas Superiores.  Durante años fue una prolongación de mi cuerpo ya que era la única forma que quería para andar de aquí para allá.  Ese tipo de bicicleta era la que se usaba entonces, Carlitos tenía una, y creo que Esteban también.  Pero para darle nuestro toque personal había que ir arreglándola a piacere.
A dos cuadras de casa, cruzando la ruta estaba la bicicletería del Tano Milano.  Acá me detengo y espero que alguno de mis amigos de entonces me corrija, ya que me parece que El Tano no era tal, sino Yugoeslavo.  En fin, espero aclaraciones.  Ese negocio estaba en una esquina de dos diagonales abiertas, formándo un ángulo mayor a los noventa grados.  Ese local tenía muchas bicis para arreglar sobre su izquierda, y algunas nuevas o reparadas sobre su derecha, y por arriba de ellas había colgadas ruedas y otras cosas que no recuerdo, pero en el fondo estaba el mostrador grande de madera oscura, y detrás de él, siempre el Tano firme al pie del cañón.  Nosotros íbamos casi siempre a inflar, aunque todas las bicis tenían inflador de mano, pero lo tomábamos como escusa para chiusmear accesorios, y con el correr del tiempo, quizás los compraríamos.  
Yo conseguí que me compraran un manubrio de esos que parecen cuernos de cabra, y como empuñaduras le puse unos cosos (no se cómo se llaman) del color de las frutillas, medios trasparentes, que dejaban ver otra parte del mismo color, adentro.  Aunque lo más importante y lo que más disfrutaba eran unas cintas plásticas largas que salían de los puños y que flameaban sus colores ni bien arrancaba a pedalear.  No tenía ni espejo, ni timbre, solamente una bocina de goma de las comunes; los pibes de plata tenían la bocina de aire, esas que sonaban como los camiones (los más chicos tenían timbre en vez de bocinas) y a este tipo de bicis era común cambiarle el asiento por uno con respaldo y mas largo, era como que todo se hacía parecido a las motos ruteras.
Milano era un tipo grande, tanto de edad como físicamente, no puedo calcular sus años porque cuando uno es chico ve a todos los de más de treinta como viejos.  Nos trataba muy bien, yo creo que casi todas las tardes íbamos a romperle las guindas, convirtiendo su negocio en parada obligada de todos los ciclistas del barrio.

Pero una tarde las persianas estaban cerradas, algo raro porque inclusive los fines de semana, las que tapaban las ventanas, quedaban a la mitad como para que nosotros pudiésemos pispear algo.  Fuimos a la vuelta, y tocamos el timbre de la puerta que daba a la calle King.  Nadie respondió, solamente se escuchó ladrar a un perro, que se ve que estaba para eso,para avisar cuándo sonaba el timbre.  Caminamos media cuadra y llegamos a la ferretería, para preguntar
- ¿Buenas tardes, no sabe qué pasa que la bicicletería está cerrada? -
-  Hace un tiempo que no abre, desde que se fue Milano - nos dijo una señora muy mayor, que todavía seguía atendiendo
-  ¿Se mudó? - pregunté con un poco de miedo
-  Se fue al cielo - fue su respuesta, y nos fuimos en silencio.  Cruzamos la ruta en silencio, hicimos una cuadra y nos sentamos sobre el cordón de la vereda, como hacíamos cada tarde.  
-  ¿Se les ocurre qué hacer?  - pregunté
-  No te entiendo - dijo Fabián
-  Digo que no lo pudimos despedir, el Tano era bueno con nosotros, ¿no? -
-  Si -
-  Podríamos ir a comprar flores y ponerlas sobre la cortina del negocio - propuso Carlitos
-  Tengo una idea ... -  Esteban se paró y haciendo algunos gestos nos fue contando.  Estuvimos todos de acuerdo

Sábado cinco de la tarde, era la cita, de a poco fueron llegando los pibes.  Carlitos y Fabián con sus bicicletas, una roja y la otra amarilla.  Esteban estaba conmigo, desde hacía rato, los dos con los portaequipajes vacíos por si había que  subir a alguno.  Y se sumaron,, el Gallego, Cilla, Dardi, y dos o tres más.  Pusimos las bicicletas frente a la cortina que tapaba la puerta principal, y todos empezamos a tocar bocina, y algún timbre también sonó, así un rato y luego arrancamos a dar vueltas pequeñas, subiendo y bajando la vereda del local, sin dejar de hacer ruido con  las cornetas, hasta que alguno paró y comenzó a aplaudir.  Tres o cuatro vecinos que salieron a ver, se sumaron al homenaje.
Del otro lado de la ruta, justo enfrente, estaban mis hijas, Juli y Luci, golpeando una lata que encontraron por ahí, para que el bochinche fuese aún mayor.  Me crucé, les di un beso y juntos comenzamos a caminar por Mariano Acosta, de vuelta a casa, mientras mirábamos juntos lo que recién habían filmado con el celular.

Riqui de Ituzaingó

Comentarios

  1. Que lindo recuerdo.... Esa bici fue después de muchos años cuando me mudé a Lezica, mi medio de transporte, hacia las compras en el barrio y colgaba del manubrio las bolsas con la mercadería!!!!

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