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Otra historia más de Navidad

La Sra 23 maldijo una y otra vez haber llevado esa campera de lluvia, por las dudas.  Aún cayendo la noche, el calor es insoportable, y también lo es ese pilotín que pasa de una mano a la otra, o colgado sobre un hombro o adosada a las varias bolsas con regalos navideños.  Está tentada por dejarlo en cualquier tacho de basura, pero ya está, a unos pocos pasos ¿treinta? está la puerta del ascensor, y detrás de ella, el alivio esperado, como si fuese un vaso de agua fresca.  Piensa en que arriba la espera otra historia, que ni quiere pensar cómo resultará:  tratar de juntar sorpresivamente a dos hermanos, diez u once años después de traiciones y desencuentros. La puerta estaba abierta, y desde adentro, el clásico: - ¿sube?.

El Sr 4 debatía en sus adentros, si seguir comiendo sanguchitos de miga con champán, o empezar la retirada, la que no le resultaría fácil.  Estaban todos muy contentos en la oficina, y si en un día normal tardaba casi veinte minutos en saludar a uno por uno a los integrantes de las distintas áreas de la Productora Milleccento, hoy ese raid, se demoraría por lo menos tres o cuatro veces más.  Usté pensará ¿cómo, si en vez de tener que caminar todas las oficinas ahora los tenía a todos juntos en el After?  Si, es cierto, pero también lo es que, cada beso en la mejilla se convertiría en abrazo, con seguidilla de besos, y frases del estilo de “te voy a extrañar mucho”  o “discúlpame no te traté bien, pero son cosas del trabajo”.  Vió el reloj y la cosa estaba muy complicada, entonces terminó de sacarse la corbata, se paró arriba de la silla que tenía más cerca y dijo:  -  Mis amores, les tengo una sorpresa.  Quizás la última del año, ya que no sé si la semana próxima nos veremos.  Pido al dishei que baje un poco la luz, y suba mucho la música, dos o tres temas, y algo va a pasar!!!!.  La gente comenzó a gritar, más producto del alcohol que del entusiasmo. El Sr 4 aprovechó para agarrar su mochila, y pensando que el saco quedaría para otra oportunidá, ganó la zona de los ascensores, con una sonrisa suficiente.  Apretó la flechita de bajar, se acomodó un poco el pelo, se bajó las mangas de la camisa a rayas, y mirando el reloj pensó que no era tampoco tan tarde.  Se abrieron las puertas del ascensor delante de él, y escuchó el clásico:  - ¿baja?
El joven 30 tocó el timbre y ante un ruido metálico (seguramente una voz de portero eléctrico de mal funcionamiento) dijo: -  de la florería para la Dra María Fernandez.  Sonó la chicharra y se abrió la puerta de vidrio.  Un hall con sillones oscuros y paredes claras, con dos puertas de vidrio y otras tantas ventanas que daban a la nada, o por lo menos esa era la intención del esmerilado de sus vidrios.  En una mesa bajita, un par de tarjetas de saludos, y una caja de champán, la que no resistió la tentación de tantearla para certificar que estaba vacía.  No revistas, ni nada que leer, solamente una música suave, que parecía Norah Jones, aunque a decir verdad, no tenía ni la más puta idea de quién era.  -  Te recibo las flores ¿tengo que abonarte algo? – dijo una secretaría de anteojos y rodete, muy producida, y que al Joven 30 le recordaba los looks que veía en muchas películas yanquis.  - No nada, es un regalo para la Dra – dijo el Joven e intentó manotear la puerta para salir, pero al no ver picaporte giró hacia atrás con una sonrisa y un gesto de - ¿me abris, já?.  Sonó nuevamente la chicharra, y afuera bufó: - uhhhh, yastá, me quiero irrrrr!.  Tocó varias veces el botón del ascensor, al que vió pasar delante de su nariz dos o tres veces, subir y bajar, pero que esperaría de todos modos porque no daba bajar once pisos por escalera.  A las cansadas, la puerta se abrió y una voz dijo: - ¿baja joven?

Desde la ventana que daba al sur de la ciudá, miles de luces se iban encendiendo para contrastar con ese cielo gris y aceleradamente oscuro que suponía la noche.  El Sr 99 evitaba, eso si, que el humo de sus pitadas, largas y profundas, confundieran ese paisaje que desde hace un par de puchos estaba contemplando.  Algo nuevo para él, tal vez porque nunca se había sentido como en ese momento, y sus sentimientos, claro que modificaban el entorno. Pisó la casi ínfima colilla, entró en dirección al baño.  Se lavó la cara, mejor dicho se la refrescó, y mirándose al espejo trató de encontrar alguna respuesta.  Pero como los espejos solamente reflejan y a uno no le gusta formar parte de las respuestas de la gente, secó sus manos, y comenzó a agarrar, llaves, gorra, la campera azul, el diario, los puchos y el encendedor.  Sin prisa, cerró la ventana balcón, bajó las cortinas, y apagó cada una de las luces, dejando, como siempre, encendida la del velador que estaba a la izquierda de la cama matrimonial.  De pasada acomodó bien la tapa del tacho de basura y salió al palier.  No encendió la luz, porque a través de las rejas del ascensor bajaba la luz del artefacto ese maldito que lo llevaría en un instante vaya a saber dónde.  Abrió la reja de repente y casi quedan los dos pisos al mismo nivel.  Ya estaba cerca de detenerlo justo justo.  La próxima tal vez….  Cerró las dos puertas enrejadas y un dedo se posó sobre la tecla PB.  Creyó escuchar:  – Yo también bajo.


Sea abrió la puerta, y delante de ellos, un anciano de extensa barba blanca y una capa de un azul tan brillante como se pudiese imaginar, tanto que parecía confeccionada con miles de estrellas que no paraban de titilar.  
  - Bienvenidos, mi nombre es Merlin.  Algunos me conocerán por historias que se dicen de mi, pero sino me presento.  Soy mago desde casi siempre y trato de hacer felices a las personas.  Pero ya estoy cansado, entonces cada tanto convoco a quienes llamo cariñosamente “mis ángeles”, para que me den una mano.  Ustedes eligen, cierran la puerta y siguen su viaje en ascensor, o aceptan una consigna, bahhhh, mejor dicho, me ayudan con estas cosas de la felicidad, una palabra tan convocada para la Navidad, aunque pocos sepan realmente de qué se trata.
Los cuatro miraron a su alrededor y notaron que estaban juntos dentro de un ascensor,pero nadie atinó a moverse y mucho menos a hablar.
- No tengan miedo, pero decidan rápido, hay mucho que hacer – dijo el mago
El joven 30 dio el primer paso, dos más lo siguieron, y solamente quedó el Sr 99 arrinconado, con más ganas de que todo terminara cuanto antes que de otra cosa.
 - Se lo que piensas, quizás lo que queda de tu alma sirva para hacer olvidar a alguien de su infelicidad. Aunque sea por una noche, valdrá la pena.  Ven – y el mago le extendió su mano, con tantas arrugas como el tronco de un ombú.  

La Sra 23 esta noche sería Jazmín, era el nombre con el que fantaseaba cuando sus cinco o seis años la llenaban del perfume de esa flor.  Caminó lo necesario, juntó algunas frutas, las que enguajó con una bomba de las que se ven en el campo y dos jazmines, los mejores que jamás haya visto.  Golpeó la puerta de la casilla,  se abrió sola, no tenía trabas;  ella vió una silla a un costado que quizás la cerrara por las noches.  Una luz en el fondo sobre una mesa, mostraba un catre, con un anciano desfalleciente, y una mujer a su lado, quien la miró y le susurró:  - te estábamos esperando.   Jazmín buscó un cuchillo y sobre una tabla cortó la fruta en varios pedazos chiquitos.  Usó una especie de capa del color de las flores, y fue mantel.  Había una jarra con agua que colocó en el centro, y les dijo: - Ya saben porqué estoy aquí.  Ojalá esta cena alimente nuestros tres corazones y podamos dormir en paz.  Este es mi regalo para ustedes, un jazmín para cada uno.  Feliz Navidad!

El Sr 4 se detuvo en una especie de estación de servicio, quizás lo fuera pero no había nadie que la atendiera, y sospechaba que hasta entrado el 25, no vendría nadie a laburar.  Pero había un auto y un muchacho salío al cruce corriendo. -  Necesito ayuda, mi mamá….  Cerró la puerta y se acercó al auto, y en el asiento de atrás vió a una mujer a punto de dar a luz.  No sabía qué hacer, nunca había ni siquiera visto una situación semejante.  Pero sabía que no era casual que estuviese en ese lugar, y lo primero que hizo fue abrir la puerta del auto y decir: - hermosa, no te preocupes yo te voy a ayudar! – y posó su mano sobre la frente de la mujer.  – Ya vuelvo, dijo y volvió a su auto, se quitó el buzo y lo empapó con agua del radiador, sabía que en estos casos se necesitaría agua caliente, y tomó su mochila.  Para algo serviría.  -  Yo soy Armin (así se había bautizado) y estoy aquí para ayudarte.  Quizás mi vida no se caracterizó por asistir a las personas, quizás todo lo contrario, pero el sentido de la Navidad, es otro es el acercar a la gente a través de sus corazones.
Hubo un llanto, luego otro de alegría, y muchas risas, y Jesús nació, cuando el cielo parecía decidido a aclararse.  Armín solamente les dijo:  Feliz Navidad.


El joven 30 caminaba desde hacía un rato largo, quizás confundido por el tiempo que seguramente se había trastocado.  No estaba en su ciudad, e inclusive dudaba que la lengua del lugar fuese la misma.  Hacía frío, no en su cuerpo, pero veía el viento zumbar por los corredores que formaban las callecitas aledañas, y que movían a rabiar el humo que brotaba de las chimeneas.  Se restregó las manos, porque así debía ser, pero Él estaba como en otra dimensión.  Inclusive su ropa era rara, más cerca a la de un día de playa a que la de una noche mortal.  Un perro color canela le hizo frente y comenzó a ladrar, mejor dicho a ladrarle, con un tono desafiante, sin llegar a atacarlo.  Detuvo su paso y el perro dejó de llamar la atención tres o cuatro segundos, pero empezó nuevamente a torear. el joven entendió que debía seguirlo, no era una noche para desatender a las señales.  A la vuelta de ahí, debajo de un toldo de una ferretería había alguien sobre la vereda, tapado con un saco y con una botella de agua, a un costado.  El joven 30 se acercó despacio, el perro había dejado de ladrar, sin alejarse, y agachandose dijo:  - Hola, soy José, no sé muy bien qué hago acá, pero traigo algo para vos.  Se sentó a su lado y pasó su brazo por el cuello del hombre en cuestión, y siguió: - en un rato será Navidad, y es un momento para que nos demos una oportunidad, y le demos a los otros esa misma oportunidad.  ¿de qué?  no se, pero yo estoy acá y vos también, y juntos, bancaremos el frío.  El hombre no lo miró, sacó una de sus manos del sacó y tomó la botella de plástico.  La levantó y convidó a José, que entre lágrimas le dijo suavemente::  - Feliz Navidad


El Sr 99 se quedó mirando, primero a Merlín, y luego a su entorno, la nada misma, sin nada que contar, ni nadie con quién compartir.  El mago se cubrió con su capa como sintiendo algo de frío, y le dijo:  -  Manuel, no soy quién crees, ni tampoco quién esperas, aunque mi nombre no es importante.  Ya casi es medianoche y hay que aprovechar la luz de la gente para iluminar nuestro camino.  Mandé a los otros tres corazones a que cumplan con cuestiones administrativas, pero en realidad quería quedarme a solas contigo.  Debes regresar a casa, todo va a estar bien.  El Sr 99 sin levantar la vista interrumpió:  - no creo, ya no hay más nada que hacer.  El mago lo tomó de los hombros y continuó: - quieres que te acompañe, Manuel?  El Sr 99 apenas levantó su mirada e hizo un gesto con su mano.  Se volvió hacia el ascensor, que estaba ahí esperando y marcó el número de siempre.  Miró su reloj, como un acto reflejo, y solamente vió una aguja.  Se detuvo ante su puerta, y en lugar de abrir con su llave, tocó el timbre (recordó que ya casi era Navidad).  La puerta se abrió.  Tres sonrisas lo esperaban, Jazmín, José y Armín.  Lo invitaron a pasar y con un abrazo lo recibieron:  -  Bienvenido a la vida, Manuel.  Feliz Navidad



Riqui de Ituzaingó

Comentarios

  1. Empecé muchas veces a leerlo y lo dejé porque no lo entendía, pero hoy me concentre y lo leí...esta muy bueno....

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